Esta mansedumbre y misericordia de Jesús por los débiles señalan el
camino a seguir para llevar a nuestros amigos hasta Él, pues en su nombre
pondrán su esperanza las naciones (Mt 12, 21). Cristo es
la esperanza salvadora del mundo.
No podemos extrañarnos de la ignorancia, de los errores, de la dureza y
resistencia que tantos ponen en su camino hacia Dios. El aprecio sincero por
todos, la comprensión y la paciencia deben ser nuestra actitud ante ellos. Pues
rompe la caña cascada aquel que no da la mano al pecador ni lleva la carga de
su hermano; y apaga la torcida que humea aquel que desprecia en los que aún
creen un poco la pequeña centella de la fe (SAN
JERONIMO, en Catena Aurea, vol. II, p. 166.-).
Nuestros amigos, quienes se crucen con nosotros por circunstancias
diversas, han de encontrar en la amistad o en nuestra actitud un firme apoyo
para su fe. Por eso, hemos de acercarnos a su debilidad: para que se torne
fortaleza; debemos verlos con ojos de misericordia, como los mira Cristo; con
comprensión, con un aprecio verdadero, aceptando el claroscuro que forman sus
miserias y sus grandezas. Por un lado, hemos de tener presente que servir a los
demás, por Cristo, exige ser muy humanos (...). Hemos de comprender a todos, hemos
de convivir con todos, hemos de disculpar a todos, hemos de perdonar a todos (SAN JOSEMARÍA,
Es Cristo que pasa, 182.-). Por otro lado, no diremos que lo injusto es justo,
que la ofensa a Dios no es ofensa a Dios, que lo malo es bueno. Pero, ante el mal,
no contestaremos con otro mal, sino con la doctrina clara y con la acción
buena: ahogando el mal en abundancia de bien (cfr. Rom 12, 21). Así Cristo reinará en nuestra alma, y en las
almas de los que nos rodean (SAN
JOSEMARÍA, Es Cristo que pasa, 182).
Los frutos de esta doble actitud de comprensión y fortaleza son tan
grandes -para uno mismo y para los demás- que bien vale la pena el esfuerzo por
ver almas en quienes tratamos a diario; en verles tan necesitados como los veía
el Señor.
No es suficiente apreciar -afirma un autor de nuestros días ( Cfr. J SHEED, Sociedad y sensatez, Herder, Barcelona
1963, pp. 37-38.-)-a los hombres brillantes porque son brillantes, a
los buenos porque son buenos. Debemos apreciar a todo hombre porque es hombre,
a todo hombre, al débil, al ignorante, al que carece de educación, al más
oscuro. Y esto no lo podremos hacer a menos que nuestra concepción de lo que es
el hombre lo haga objeto de estima. El cristiano sabe que todo hombre es imagen
de Dios, que tiene un espíritu inmortal y que Cristo murió por él. La frecuente
consideración de esta verdad nos ayudará a no separarnos de los demás, sobre
todo cuando los defectos, las faltas de educación, su mal comportamiento se
hagan más evidentes. Imitando al Señor, nunca romperemos una caña cascada. Como
el buen samaritano de la parábola, nos acercaremos al herido y vendaremos sus
heridas, y aliviaremos su dolor con el bálsamo de nuestra caridad. Y un día
oiremos de labios del Señor estas dulces palabras: lo que hiciste con uno de
éstos, por Mí lo hiciste (Cfr. Mt 25,
40.-).
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