Doy gracias a mi Dios cada vez que me acuerdo de ustedes, es decir, en mis oraciones por todos ustedes a cada instante. Y lo hago con alegría, recordando la cooperación que me han prestado en el servicio
del Evangelio desde el primer día hasta ahora.
Y si Dios empezó tan buen trabajo en ustedes, estoy
seguro de que lo continuará hasta concluirlo el día de Cristo Jesús. No puedo
pensar de otra manera, pues los llevo a todos en mi corazón; ya esté en la
cárcel o tenga que defender y promover el Evangelio, todos están conmigo y
participan de la misma gracia.
Bien sabe Dios que la ternura de Cristo Jesús no me
permite olvidarlos.
Pido que el amor crezca en ustedes junto con el
conocimiento y la lucidez. Quisiera que saquen provecho de cada cosa y cada
circunstancia, para que lleguen puros e irreprochables al día de Cristo, habiendo
hecho madurar, gracias a Cristo Jesús, el fruto de la santidad. Esto será para
gloria de Dios, y un honor para mí.
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