Todos sabemos que existe un Dios que nos ama, que nos ha creado. Podemos acudir a él y pedirle: «Padre mío, ayúdame. Deseo ser santa, deseo ser buena, deseo amar. La santidad no es un lujo para unos pocos, ni está restringida sólo a algunas personas. Está hecha para ti, para mí y para todos. Es un sencillo deber, porque si aprendemos a amar, aprendemos a ser santos.
El primer paso para ser santo, es desearlo. Jesús quiere
que seamos tan santos como su Padre. La santidad consiste en hacer la voluntad
de Dios con alegría. Las palabras «deseo ser santo» significan: quiero
despojarme de todo lo que no sea Dios; quiero despojarme y vaciar mi corazón de
cosas materiales. Quiero renunciar a mi voluntad, a mis inclinaciones, a mis
caprichos, a mi inconstancia y ser un esclavo generoso de la voluntad de Dios.
Con una total voluntad amaré a Dios, optaré por Él,
correré hacia Él, llegaré a Él y lo poseeré. Pero todo depende de las palabras,
«Quiero» o «No quiero». He puesto toda mi energía en la palabra «Quiero».
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