Cuando recen, digan “Padre Nuestro… “ (Lc 11,2)
Principiantes con el alma ardiente y generosa, llenos de grandes deseos (…) en el seguimiento de Cristo: he aquí los apóstoles en el comienzo de la vida pública. Vieron a su Maestro sumergido largas horas en oración silenciosa, completamente absorbido por ella. Quisieran poder imitar su actitud, seguir al Maestro hasta esas profundidades apacibles y misteriosas.
Releamos la escena evangélica. “Un día, Jesús estaba
orando en cierto lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo:
“Señor, enséñanos a rezar, así como Juan enseñó a sus discípulos”. El les dijo
entonces: “Cuando recen, digan: Padre, santificado sea tu Nombre,…” (Lc11,1-2).
Preguntaban sobre la ciencia de la oración y Jesús les enseña una oración
vocal. Pero ¡qué oración vocal! Sencilla y sublime que en fórmulas concisas,
precisa la actitud filial del cristiano delante de Dios, enumera los votos y
preguntas que debe presentarle. El Padre Nuestro es la oración perfecta que la
Iglesia pone sobre los labios en el instante más solemne del sacrificio. Es la
oración de los pequeños que no saben nada más, la oración de los santos que
recitan las plegarias más plenas. (…)
Frecuentemente, entonces, en las diversas etapas de la
vida espiritual que podamos estar, en los más diversos estados de fervor o
sequedad, para aprender a rezar, humildemente, reposadamente, recitemos el
Padre Nuestro. Es la oración que Jesús mismo ha compuesto para nosotros.
Enseñándonos el Padre Nuestro, Jesús ha consagrado la excelencia de esta
oración vocal.
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