31.10.24

Conferencias VII, La protección de Dios; Autor: San Juan Casiano (c. 360-435) fundador de la Abadía de Marsella

Dios no creó al hombre para que se pierda sino para que viva eternamente, designio que permanece inmutable. Cuando ve brillar en nosotros el más pequeño destello de buena voluntad, o que él mismo lo hace surgir de la dura piedra de nuestro corazón, en su bondad, lo cuidará atentamente. Lo estimula, lo fortifica con su inspiración, “porque Dios quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tim 2,4).

“El Padre que está en el cielo no quiere que se pierda ni uno solo de estos pequeños” (Mt 18,14). (…) Dios es veraz, no miente cuando asegura “Juro por mi vida –oráculo del Señor– que yo no deseo la muerte del malvado, sino que se convierta de su mala conducta y viva” (Ez 33,11). Su deseo es que no se pierda un solo pequeño y sería un enorme sacrilegio que pensemos, al contrario, que él no quiere la salvación de todos sino sólo de algunos. Si alguien se pierde, sería lo opuesto de lo que Dios quiere. Cada día exclama “¡Conviértanse, conviértanse de su conducta perversa! ¿Por qué quieren morir, casa de Israel?” (Ez 33,11). De nuevo clama “¡Cuántas veces quise reunir a tus hijos, como la gallina reúne bajo sus alas a los pollitos, y tú no quisiste!” (Mt 23,37) y no cesa de clamar “¿Por qué ha defeccionado este pueblo y Jerusalén es una apostasía sin fin? Ellos se aferran a sus ilusiones, se niegan a volver. Endurecieron su rostro más que una roca, no quisieron convertirse” (cf. Jer 8,5. 5,3).

La gracia de Cristo está siempre a nuestra disposición. Como “él quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tim 2,4), los llama a todos, sin excepción “Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré” (Mt 11,28)

27.10.24

Un camino sencillo; Autora: Santa Teresa de Calcuta

Todos aspiramos a ser felices y a estar en paz. Hemos sido creados para eso y no podemos encontrar la felicidad y la paz sin amar a Dios, amarlo nos trae felicidad y bienestar. Muchos, sobre todo en Occidente, piensan que vivir en la comodidad da la felicidad. Yo pienso que es más difícil ser feliz en la riqueza pues las preocupaciones para ganar dinero y conservarlo nos ocultan a Dios. Sin embargo, si Dios les ha confiado riquezas, háganlas que sirvan a sus obras: ayuden a los demás, ayuden a los pobres, creen empleos, den empleos a los demás. No malgasten vanamente su fortuna; tener una casa, honores, la libertad, la salud, todo esto nos ha sido confiado por Dios para ponerlo al servicio de aquellos que son menos afortunados que nosotros.

Jesús dijo: «lo que hagan con alguno de los más pequeños de estos mis hermanos, me lo hicieron a mí» (Mt 25:40). Por consecuente, la única cosa que puede entristecerme es ofender a nuestro Señor por mi egoísmo, mi falta de caridad hacia los demás o de ofender a alguien. Hiriendo a los pobres, hiriéndonos los unos a los otros, herimos a Dios.

Es a Dios a quien pertenece el dar y retomar (Job 1:21); compartan entonces lo que han recibido, incluso sus propias vidas.

 

 

Hablar con Dios, Tomo V, Nº 54, Autor: Francisco Fernández Carvajal

Señor, déjala todavía este año, y cavaré alrededor de ella y le echaré estiércol, a ver si así da fruto... Es Jesús que intercede ante Dios Padre por nosotros, que «somos como una higuera plantada en la viña del Señor» Teofilacto, en Catena Aurea, vol. VI, p. 134.. Señor, déjala todavía este año... ¡Cuántas veces se habrá repetido esta misma escena! ¡Señor, déjalo todavía un año...! «¿Saber que me quieres tanto, Dios mío, y... no me he vuelto loco?»  San Josemaría Escrivá, Camino, n. 425..

Cada persona tiene una vocación particular, y toda vida que no responde a ese designio divino se pierde. El Señor espera correspondencia a tantos desvelos, a tantas gracias concedidas, aunque nunca podrá haber semejanza entre lo que damos y lo que recibimos, «pues el hombre nunca puede amar a Dios tanto como Él debe ser amado» Santo Tomás, Suma Teológica, 1-2, q. 6, a. 4. ; sin embargo, con la gracia sí que podemos ofrecerle cada día muchos frutos de amor: de caridad, de apostolado, de trabajo bien hecho... Cada noche, en el examen de conciencia, hemos de saber encontrar esos frutos pequeños en sí mismos, pero que han hecho grandes el amor y el deseo de corresponder a tanta solicitud divina. Y cuando salgamos de este mundo «tenemos que haber dejado impreso nuestro paso, dejando a la tierra un poco más bella y al mundo un poco mejor» G. Chevrot, El Evangelio al aire libre, Herder, Barcelona 1961, p. 169, una familia con más paz, un trabajo que ha significado un progreso para la sociedad, unos amigos fortalecidos con nuestra amistad...

Examinemos en nuestra oración: si tuviéramos que presentarnos ahora delante del Señor, ¿nos encontraríamos alegres, con las manos llenas de frutos para ofrecer a nuestro Padre Dios? Pensemos en el día de ayer..., en la última semana..., y veamos si estamos colmados de obras hechas por amor al Señor, o si, por el contrario, una cierta dureza de corazón o el egoísmo de pensar excesivamente en nosotros mismos está impidiendo que demos al Señor todo lo que espera de cada uno. Bien sabemos que, cuando no se da toda la gloria a Dios, se convierte la existencia en un vivir estéril. Todo lo que no se hace de cara a Dios, perecerá. Aprovechemos hoy para hacer propósitos firmes. «Dios nos concede quizá un año más para servirle. No pienses en cinco, ni en dos. Fíjate solo en este. San Josemaría Escrivá, Amigos de Dios,47

26.10.24

Carta de San Pablo a los Efesios 4, 14-16

Para que no seamos ya niños, llevados a la deriva y zarandeados por cualquier viento de doctrina, a merced de la malicia humana y de la astucia que conduce engañosamente al error, antes bien, siendo sinceros en el amor, crezcamos en todo hasta que seamos como Aquel que es la Cabeza, Cristo, de quien todo el Cuerpo recibe ligazón por medio de toda clase de ligamentos que llevan la nutrición según la actividad propia de cada una de las partes, realizando así el crecimiento del cuerpo para su edificación en el amor. 

Quiero ver a Dios, Primeras oraciones; Autor: Beato María-Eugenio del Niño Jesús (1894-1967) carmelita, fundador de Nuestra Señora de Vida

Cuando recen, digan “Padre Nuestro… “ (Lc 11,2)

Principiantes con el alma ardiente y generosa, llenos de grandes deseos (…) en el seguimiento de Cristo: he aquí los apóstoles en el comienzo de la vida pública. Vieron a su Maestro sumergido largas horas en oración silenciosa, completamente absorbido por ella. Quisieran poder imitar su actitud, seguir al Maestro hasta esas profundidades apacibles y misteriosas.

Releamos la escena evangélica. “Un día, Jesús estaba orando en cierto lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: “Señor, enséñanos a rezar, así como Juan enseñó a sus discípulos”. El les dijo entonces: “Cuando recen, digan: Padre, santificado sea tu Nombre,…” (Lc11,1-2). Preguntaban sobre la ciencia de la oración y Jesús les enseña una oración vocal. Pero ¡qué oración vocal! Sencilla y sublime que en fórmulas concisas, precisa la actitud filial del cristiano delante de Dios, enumera los votos y preguntas que debe presentarle. El Padre Nuestro es la oración perfecta que la Iglesia pone sobre los labios en el instante más solemne del sacrificio. Es la oración de los pequeños que no saben nada más, la oración de los santos que recitan las plegarias más plenas. (…)

Frecuentemente, entonces, en las diversas etapas de la vida espiritual que podamos estar, en los más diversos estados de fervor o sequedad, para aprender a rezar, humildemente, reposadamente, recitemos el Padre Nuestro. Es la oración que Jesús mismo ha compuesto para nosotros. Enseñándonos el Padre Nuestro, Jesús ha consagrado la excelencia de esta oración vocal.