Aunque amemos la paz y tengamos esperanza en el fondo del corazón de que
San Titus Brandsma
nuestra acción en favor de la paz no será inútil, ni vosotros ni yo podremos eludir las presiones de este tiempo.
Esto significa que no podemos liberarnos de la duda de que,
según las leyes de la historia, algo pueda cambiar: una guerra sucede a otra
guerra, y cada vez, esto es un golpe mortal para la causa de la paz. Vivimos
todavía demasiado bajo la influencia de los que afirman que los que quieren la
paz deben armarse para vencer la guerra...
Es notable de comprobar que en el curso de los siglos,
brotan constantemente héroes de paz, predicadores del mensaje de paz...
Encontramos a estos mensajeros, estos apóstoles de la paz en todo tiempo y en
todo lugar. Y en nuestros días, por suerte, no carecemos de eso. Pero ningún
mensajero de la paz, ha encontrado un eco más vasto que aquel al que llamamos
el Rey de la paz (Is 9,5). Permitidme recordaros quién es este mensajero. El
día de Pascua, parecía que los apóstoles habían perdido toda esperanza desde la
muerte de Cristo en la cruz. Mientras que a los ojos del mundo la misión de
Cristo había terminado, había fracasado, era incomprendida, él apareció en
medio de sus apóstoles reunidos en el Cenáculo por temor a los enemigos, y, en
lugar de declaraciones belicosas contra sus adversarios, ellos escuchan decir:
"Os dejo mi paz, os doy mi paz. No os la doy como la da el mundo" (Jn
14,27)
Querría repetir esta palabra, hacerla resonar en el mundo
entero, sin preocuparme de quién la escuchará. Querría repetirla tan a menudo
que, aunque la neguemos, lográramos escucharla hasta que todos nosotros la
hayamos oído y comprendido.
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