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En nuestro andar hacia el Señor no siempre venceremos. Muchas derrotas serán de
escaso relieve; otras sí tendrán importancia, pero el desagravio y la
contrición nos acercarán más a Dios. Y comenzaremos de nuevo, con la ayuda del
Señor, sin desánimos ni pesimismo, que son fruto de la soberbia, sino con
paciencia y humildad para empezar una vez más aunque no veamos fruto alguno.
En
muchísimas ocasiones oiremos al Espíritu Santo: Vuelve a empezar..., sé
constante, no importa el reciente fracaso, no importan todas las experiencias
negativas anteriores juntas..., vuelve a empezar con más humildad, pidiendo más
ayuda a tu Señor.
En
lo humano, la genialidad es fruto, normalmente, de una prolongada paciencia, de
un esfuerzo repetido incesantemente y mejorado sin cesar. “El sabio repite sus
cálculos y renueva sus experiencias, modificándolas hasta dar con el objeto de
sus investigaciones. El escritor retoca veinte veces su obra. El escultor rompe
uno después de otro sus intentos hasta que expresan su creación interior...
Todas las creaciones humanas son fruto de una perpetua vuelta a empezar” (G.
CHEVROT, Simón Pedro, Madrid 1980, p. 34.).
En lo sobrenatural, nuestro amor al Señor no se manifiesta tanto en los éxitos
que creemos haber alcanzado como en la capacidad de comenzar de nuevo, de
renovar la lucha interior. La mediocridad espiritual, la tibieza, es, por el
contrario, el abandono y la dejadez en nuestros propósitos y metas de vida
interior. En el camino que conduce a Dios, “dormir es morir” (SAN
GREGORIO MAGNO, Hom. 12 sobre los Evangelios). El desánimo,
que lleva siempre en sí mismo un punto de soberbia y de excesiva confianza en
uno mismo, induce al abandono de los propósitos y metas que el Espíritu Santo
sugirió un día en la intimidad del corazón.
Con
frecuencia, el progreso de la vida interior viene después de fracasos, quizá
inesperados, ante los que reaccionamos con humildad y deseos más firmes de
seguir al Señor. Se ha dicho con razón que la perseverancia no consiste en no
caer nunca, sino en levantarse siempre. “Cuando un soldado que está combatiendo
recibe alguna herida o retrocede un poco, nadie es tan exigente o tan ignorante
de las cosas de la guerra que piense que eso es un crimen. Los únicos que no
reciben heridas son los que no combaten; quienes se lanzan con más ardor contra
el enemigo son quienes reciben los golpes” (SAN
JUAN CRISOSTOMO,Exhort. II a Teodoro, 5).
Pidámosle
a la Virgen la gracia de no abandonar jamás nuestra lucha interior, aunque sea
triste y catastrófica nuestra experiencia anterior, y la gracia y la humildad
de recomenzar siempre.
Pidámosle
también hoy a Nuestra Señora ser constantes en nuestro apostolado, aunque
aparentemente no se vea fruto alguno. Un día, quizá cuando ya estemos en su presencia,
el Señor nos hará contemplar los frutos de un apostolado que en ocasiones nos
parecía estéril, y que fue siempre eficaz. La semilla que se siembra da siempre
su fruto: una, cien; otra, sesenta; otra, treinta... (Mt
13, 8.-). Mucho fruto para una
sola semilla.
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