«Cuando Jesús subió a la barca, el poseído le suplicó poder seguirle, pero no lo consintió»
La verdadera, la única perfección, no es llevar tal o tal
género de vida, es hacer la voluntad de Dios; es llevar el género de vida que
Dios quiere, donde quiere, y de llevarlo como él mismo lo habría llevado.
Cuando nos deja la elección a nosotros mismos, entonces sí,
procuremos seguirlo paso a paso, lo más exactamente posible, compartir su vida
tal como fue, como lo hicieron sus apóstoles durante su vida y después de su
muerte: el amor nos empuja a esta imitación. Si Dios nos deja esta elección,
esta libertad, precisamente es porque quiere que despleguemos nuestras velas al
viento del amor puro y que, empujados por él, " corramos tras el olor de
sus perfumes" (Ct 1,4 LXX) en un exacto seguimiento, como san Pedro y san
Pablo...
Y si un día Dios quiere apartarnos, por un tiempo o para
siempre, de este camino, por muy bello y muy perfecto que sea, no nos turbemos
ni nos asombremos. Sus intenciones son impenetrables: él puede hacer por
nosotros, en medio o al fin de la carrera, lo que hizo por el Geraseno al
principio. Obedezcamos, hagamos su voluntad..., vayamos donde quiera, llevemos
el género de vida que su voluntad nos designe. Acerquémonos siempre a él con
todas nuestras fuerzas y estemos en todos los estados, en todas las
condiciones, como él mismo habría estado allí, como él se habría comportado
allí, si la voluntad de su Padre le hubiera puesto allí, como nos pone allí.
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