No es verdad que la juventud piense sobre todo en el consumo y en el placer. No es verdad que sea materialista y egoísta. Es verdad lo contrario: los jóvenes quieren cosas grandes. Quieren que se detenga la injusticia. Quieren que se superen las desigualdades y que todos participen en los bienes de la tierra. Quieren que los oprimidos obtengan la libertad. Quieren cosas grandes. Quieren cosas buenas.
Por eso, los jóvenes -vosotros lo sois- están de nuevo totalmente abiertos a Cristo. Cristo no nos ha prometido una vida cómoda. Quien busca la comodidad, con él se ha equivocado de camino. Él nos muestra la senda que lleva hacia las cosas grandes, hacia el bien, hacia una vida humana auténtica. Cuando habla de la cruz que debemos llevar, no se trata del gusto del tormento o de un moralismo mezquino. Es el impulso del amor, que comienza por sí mismo, pero no se busca a sí mismo, sino que impulsa a la persona al servicio de la verdad, la justicia y el bien. Cristo nos muestra a Dios y, de esa forma, la verdadera grandeza del hombre.
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