21.8.24

El amor más grande «la santidad, Autora: Santa Teresa de Calcuta (1910-1997) fundadora de las Hermanas Misioneras de la Caridad

Todos sabemos que existe un Dios que nos ama, que nos ha creado. Podemos acudir a él y pedirle: «Padre mío, ayúdame. Deseo ser santa, deseo ser buena, deseo amar. La santidad no es un lujo para unos pocos, ni está restringida sólo a algunas personas. Está hecha para ti, para mí y para todos. Es un sencillo deber, porque si aprendemos a amar, aprendemos a ser santos.

El primer paso para ser santo, es desearlo. Jesús quiere que seamos tan santos como su Padre. La santidad consiste en hacer la voluntad de Dios con alegría. Las palabras «deseo ser santo» significan: quiero despojarme de todo lo que no sea Dios; quiero despojarme y vaciar mi corazón de cosas materiales. Quiero renunciar a mi voluntad, a mis inclinaciones, a mis caprichos, a mi inconstancia y ser un esclavo generoso de la voluntad de Dios.

Con una total voluntad amaré a Dios, optaré por Él, correré hacia Él, llegaré a Él y lo poseeré. Pero todo depende de las palabras, «Quiero» o «No quiero». He puesto toda mi energía en la palabra «Quiero».

20.8.24

Imitación de Cristo, Libro II, c. 1, 2-3; Autor: Tomás de Kempis

“El Reino de Dios está dentro de vosotros” dice el Señor… Ea, pues,
alma fiel prepara tu corazón a este Esposo para que quiera venirse a ti, y hablar contigo. Porque Él dice así: “Si alguno me ama, guardará mi palabra, y vendremos a él, y haremos en él nuestra morada” (Jn 14,23). Da, pues, lugar a Cristo, y a todo lo demás cierra la puerta. Si a Cristo tuvieres estarás rico, y te bastará. Él será tu fiel procurador, y te proveerá de todo, de manera que no tendrás necesidad de esperar en los hombres. Porque los hombres se mudan fácilmente, y desfallecen en breve; pero “Jesucristo permanece para siempre” (Jn 12,34), y está firme hasta el fin.

No hay que poner mucha confianza en el hombre frágil y mortal aunque sea útil y bien querido, ni has de tomar mucha pena si alguna vez fuere contrario o no te atiende. Los que hoy son contigo, mañana te pueden contradecir, y al contrario; porque muchas veces se vuelven como el viento. Pon en Dios toda tu esperanza, y sea Él tu temor y tu amor. Él responderá por ti, y lo hará bien, como mejor convenga.

“No tienes aquí domicilio permanente” (Hb 13,14). Dondequiera que estuvieres, serás “extraño y peregrino” (Hb 11,13), y no tendrás nunca reposo, si no estuvieres íntimamente unido a Cristo.

El banquete eucarístico; Autor: Beato Columba Marmion (1858-1923) abad

¡Miren cómo nos amó el Padre! Quiso que nos llamáramos hijos de Dios, y nosotros lo somos realmente” (1 Jn 3,1), dice la 1º Carta de San Juan. Dios es nuestro Padre, nos ama con una incomprensible dilección. Todo el amor que existe en el mundo viene de él y es solo una sombra de su caridad infinita. (…) El amor tiende a darse, de ese modo se une profundamente al objeto de su afecto. Dios es amor (1Jn 4,8), tiene un deseo siempre actual e intenso de comunicarse con nosotros. (…) El Hijo, que comparte el amor del Padre, ha querido aceptar la condición de servidor y libarse sobre la cruz (cf. Jn 15,13). Todavía ahora, se esconde bajo las apariencias del pan y del vino, en vista de acceder a nosotros y unirnos a él de la forma más estrecha. La santa Eucaristía es el último esfuerzo de la dilección que aspira a darse. Es el prodigio de la omnipotencia puesta al servicio de la infinita caridad.

Todas las obras de Dios son perfectas (cf. Dt 32,4). Por eso el Padre celestial preparó a sus hijos un banquete digno de él. No les sirve un alimento material, ni un maná descendido del cielo. Les da el Cuerpo y la Sangre, con el alma y la divinidad de su Hijo Único Jesucristo. En esta vida no comprenderemos jamás la grandeza de ese don. Mismo en el cielo, no lo comprenderemos completamente, porque la Eucaristía es Dios mismo que se comunica y él solo se conoce plenamente. (…) Con la comunión, poseemos la santa Trinidad en nuestro corazón, ya que el Padre y el Espíritu Santo están necesariamente dónde está el Hijo: son tres en una misma y única esencia.

Carta a los Filipenses 1, 3-11; Autor: San Pablo

Doy gracias a mi Dios cada vez que me acuerdo de ustedes, es decir, en mis oraciones por todos ustedes a cada instante. Y lo hago con alegría, recordando la cooperación que me han prestado en el servicio
del Evangelio desde el primer día hasta ahora.

Y si Dios empezó tan buen trabajo en ustedes, estoy seguro de que lo continuará hasta concluirlo el día de Cristo Jesús. No puedo pensar de otra manera, pues los llevo a todos en mi corazón; ya esté en la cárcel o tenga que defender y promover el Evangelio, todos están conmigo y participan de la misma gracia.

Bien sabe Dios que la ternura de Cristo Jesús no me permite olvidarlos.

Pido que el amor crezca en ustedes junto con el conocimiento y la lucidez. Quisiera que saquen provecho de cada cosa y cada circunstancia, para que lleguen puros e irreprochables al día de Cristo, habiendo hecho madurar, gracias a Cristo Jesús, el fruto de la santidad. Esto será para gloria de Dios, y un honor para mí.

15.8.24

Camino Nº 483, Autor: San Josemaría

 Ánimo! Tú... puedes. ¿Ves lo que hizo la gracia de Dios con aquel Pedro dormilón, negador y cobarde..., con aquel Pablo perseguidor, odiador y pertinaz?


Audiencia general de S. S. Benedicto XVI, 25 de Abril de 2012

Si los pulmones de la oración no alimentan la respiración de nuestra vida espiritual, corremos el peligro de asfixiarnos en medio de los mil afanes de cada día. La oración es la respiración del alma y de la vida.