23.7.25

Homilía 44 sobre San Mateo, 3-4; PG 57, 467-469; Autor: San Juan Crisóstomo (c. 345-407)

En la parábola del sembrador Cristo nos enseña que su palabra se dirige a todos indistintamente. Del mismo modo, en efecto, que el sembrador de la parábola no hace distinción entre los terrenos sino que siembra a los cuatro vientos, así el Señor no distingue entre el rico y el pobre, el sabio y el necio, el negligente y el aplicado, el valiente y el cobarde, sino que se dirige a todos y, aunque conoce el porvenir, pone todo de su parte de manera que se puede decir: “¿Qué mas puedo hacer que no haya hecho?” (cf Is 5,4)...

    Además, el Señor expone esta parábola para animar a sus discípulos y educarlos a no dejarse abatir aunque los que acojan la palabra sean menos numerosos que los que la desperdician. Lo mismo pasó a su Maestro, a pesar de conocer el porvenir no dejaba de repartir su grano.

    Pero, me dirás, ¿a qué sirve sembrar entre espinas, en terreno pedregoso o sobre el camino? Si se tratara de una semilla terrena, de una tierra material, realmente no tendría sentido. Pero cuando se trata de las almas y de la Palabra, hay que elogiar al sembrador. Se reprocharía con razón a un agricultor de actuar de esta manera. La piedra no puede convertirse en tierra, el camino no puede dejar de ser camino y las espinas no dejan de ser espinas. Pero en el terreno espiritual las cosas no son así. La piedra puede convertirse en tierra fértil, el camino se puede convertir en un campo donde no pisan los viandantes, las espinas pueden ser arrancadas y permitir al grano fructificar libremente. Si esto no fuera posible, el sembrador no hubiera sembrado su grano como, de hecho, lo hizo.