31.10.22
Amigos de Dios Nº 9; Autor: San Josemaría
10.10.22
Libro de Isaías 26,7-9.12.16.
La senda del justo es recta, tu allanas el sendero del justo.
Sí, en la senda trazada por tus juicios, esperamos en ti, Señor:
tu Nombre y tu recuerdo son el deseo de nuestra alma.
Mi alma te desea por la noche, y mi espíritu te busca de
madrugada, porque cuando tus juicios se ejercen sobre la tierra, los habitantes
del mundo aprenden la justicia.
Señor, tú nos aseguras la paz, porque eres tú el que realiza por
nosotros todo lo que nosotros hacemos.
En medio de la angustia, Señor. acudimos a ti, clamamos en la
opresión, cuando nos golpeaba tu castigo.
Homilía n° 5 sobre la sencillez, 137-139; Autor: Filomeno de Mabboug (¿-c. 523) obispo de Siria
Nuestro Señor no ha sido comparado con un león cuando fue conducido a la muerte... Como un cordero, una oveja, guardaba silencio cuando fue llevado a su Pasión y a la muerte: "Callaba como una oveja delante del esquilador. No abrió la boca" en su humillación (Is 53,7)...
De pie delante del juez e interrogado, él, el Maestro y doctor
de toda sabiduría, no responde..., con el fin de cumplir esta palabra:
"Fue llevado al matadero como un cordero" (Is 53,7). Lo llevan
maltratado de un lugar a otro, se lo llevan de un lugar a otro, de un juez a otro
como si fuera mudo. Delante de Anás, se calla (Jn 18,13);
Aunque se le ruega, no habla. Interrogado por Pilatos, guarda
silencio; y hasta que le preguntaron: "¿Eres el rey de Judíos?" (Jn
18,33) no responde. Lo condujeron entonces a Herodes que le interrogó para ver
y escuchar de su boca cosas extraordinarias y para tentarlo (Lc 23, 8s): allí
todavía, guardó silencio, no habló, no respondió a su interrogador. Le vimos
como un loco que no sabe nada, como un insensato que no tiene respuesta. Sus
enemigos pensaron lo que quisieron, pero él no abandonó la inocencia del
cordero.
Libro de Miqueas 2,1-5.
¡Ay de los que proyectan iniquidades y traman el mal durante la noche! Al despuntar el día, lo realizan, porque tienen el poder en su mano.
Codician campos y los arrebatan, casas, y se apoderan de ellas;
oprimen al dueño y a su casa, al propietario y a su herencia.
Por eso, así habla el Señor: Yo proyecto contra esta gente una desgracia tal que ustedes no podrán apartar el cuello, ni andar con la cabeza erguida, porque será un tiempo de desgracia.
9.10.22
Encíclica «Deus Caritas Est»,N° 18; Autor: Benedicto XVI papa 2005-2013
«Todo... depende de estos dos mandamientos»
Hay una interacción necesaria entre amor a Dios y amor al prójimo... Si en mi vida me falta completamente el contacto con Dios, jamás puedo ver en el otro más que el otro y no consigo reconocer en él la imagen divina. Si, por el contrario, en mi vida descuido completamente la atención al otro, deseando solamente ser «piadoso» y cumplir con mis «deberes religiosos», entonces mi relación con Dios se seca. Cuando es así, esta relación es solamente «correcta» pero sin amor. Tan sólo mi disponibilidad de ir al encuentro del prójimo, a testimoniarle mi amor, me hace también sensible ante Dios. Sólo el servicio al prójimo abre mis ojos a ese Dios hecho para mí y según su propia manera de amarme.Los santos –pongamos por ejemplo a la beata Teresa de Calcuta-
en su encuentro con el Señor en la Eucaristía, han sacado toda su capacidad de
amar al prójimo de manera siempre nueva y, recíprocamente, este encuentro ha
adquirido todo su realismo y toda su profundidad precisamente gracias a su
servicio a los otros.
Amor a Dios y amor al prójimo son inseparables, es un único
mandamiento. Sin embargo, los dos viven del amor solícito de Dios que nos ha
amado el primero. Así, no se trata ya de un «mandamiento» que nos prescribe
algo imposible desde el exterior sino, por el contrario, de una experiencia de
amor, dada desde el interior, un amor que, por su naturaleza, debe ser
compartido con los otros. El amor crece con el amor. El amor es «divino» porque
viene de Dios y nos une a Dios y, a través de este proceso de unificación, nos
transforma en un Nosotros, que sobrepasa nuestras divisiones y nos hace llegar
a ser uno hasta que, al final, Dios sea «todo en todos».
Homilías sobre san Mateo, nº 61; Autor: San Juan Crisóstomo (c. 345-407)
«Ten paciencia conmigo»
Cristo nos pide dos cosas: condenar nuestros pecados y perdonar los de los otros; hacer la primera cosa a causa de la segunda, que así será más fácil, porque el que se acuerda de sus pecados será menos severo hacia su compañero de miseria. Y perdonar no sólo de palabra, sino desde el fondo del corazón, para no volver contra nosotros mismos el hierro con el cual queremos perforar a los otros. ¿Qué mal puede hacerte tu enemigo que sea comparable al que tú mismo te haces con tu acritud?...
Considera, pues, cuantas ventajas
sacas si sabes soportar humildemente y con dulzura una injuria. Primeramente,
mereces –y es lo más importante- el perdón de tus pecados. Además, te ejercitas
a la paciencia y a la valentía. En tercer lugar, adquieres la dulzura y la
caridad, porque el que es incapaz de enfadarse contra los que le han
disgustado, será mucho más caritativo aún con los que le aman. En cuarto lugar
arrancas de raíz la cólera de tu corazón, lo cual es un bien sin igual. El que libera su alma de la cólera, evidentemente arranca de ella la tristeza: no
gastará su vida en penas y vanas inquietudes. Así es que, odiando a los otros
nos castigamos a nosotros mismos; amándolos nos hacemos el bien a nosotros
mismos. Por otra parte, todos te venerarán, incluso tus enemigos, aunque sean
los demonios. Mucho mejor, comportándote así ya no tendrás más enemigos. El
Hijo del hombre vino para servir y dar su vida en rescate por una multitud.
Aleluya.