22.7.24

Forja 737; Autor: San Josemaría

 

En cada jornada, haz todo lo que puedas por conocer a Dios, por "tratarle", para enamorarte más cada instante, y no pensar más que en su Amor y en su gloria.

Cumplirás este plan, hijo, si no dejas ¡por nada! tus tiempos de oración, tu presencia de Dios (con jaculatorias y comuniones espirituales, para encenderte), tu Santa Misa pausada, tu trabajo bien acabado por El.

Comentario al Evangelio de Juan, 4; PG 73; Autor: San Cirilo de Alejandría (380-444) obispo y doctor de la Iglesia

«Entró y cogió la mano de la niña»

Desde que Cristo entró en nosotros por su propia carne, resucitaremos enteramente; es inconcebible, o mejor aún, imposible, que la vida no dé vida a los que ella se introduce. De la misma manera que se recubre un tizón encendido con un montón de paja para que conserve intacto el fuego del interior, así también nuestro Señor Jesucristo, a través de su propia carne, esconde su vida en nosotros y pone en ella como una semilla de inmortalidad que aleja toda clase de corrupción que llevamos con nosotros.

No es, pues, tan sólo con su palabra que lleva a cabo la resurrección de los muertos, sino que para demostrar que su cuerpo da vida, tal como hemos dicho, toca los cadáveres y por el contacto con su cuerpo devuelve la vida a esos cuerpos que están en vías de descomposición.

Si el solo contacto con su carne sagrada devuelve la vida a esos cuerpos mortales, ¡qué provecho no vamos a encontrar en su eucaristía vivificante cuando la recibamos!...
No sería suficiente que nuestra alma fuera tan sólo regenerada por el Espíritu para una vida nueva; nuestro cuerpo pesado y terrestre debía también ser santificado por ser partícipe de un cuerpo también consistente y del mismo origen que el nuestro y ser así también llamado a la incorruptibilida
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5.7.24

Obras espirituales. Sobre el Evangelio; Autor: San Carlos de Foucauld (1858-1916)

 Amar los miembros enfermos de Cristo

 “Vayan y aprendan qué significa: “Yo quiero misericordia y no sacrificios. Porque yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores”. Ser misericordioso e inclinar el corazón hacia todas las miserias de los hombres, no sólo las del cuerpo sino también las del alma. Ya que las miserias del alma son más graves que todos los males del cuerpo y amenazan la vida y la felicidad de un miembro de Cristo, no por algunos años, sino por la eternidad… No apegarnos a cuidar las ovejas gordas, limpias y dóciles, abandonando las ovejas negras o débiles a su mala suerte. O sea, amar a todos los hombres por Dios, su Padre y su Salvador, cuidando especialmente a los enfermos, a los pecadores, ya que tienen todavía más necesidad.

Jesús nos da su cuerpo entero para amar. Todos sus miembros merecen de nuestra parte un amor semejante, como siendo igualmente suyos. Unos estando sanos, otros enfermos, todos deben ser igualmente amados. Los miembros enfermos reclaman de nosotros mil veces más que los otros, y antes de ungir con perfume a los sanos, cuidemos a los que están heridos, atribulados, enfermos, a todos los que lo requieren en su cuerpo o alma. Sobre todo estos últimos y sobre todo los pecadores… Podemos hacer un bien a todos los hombres sin excepción, con nuestras oraciones, penitencias, nuestra propia santificación.