21.8.24

El amor más grande «la santidad, Autora: Santa Teresa de Calcuta (1910-1997) fundadora de las Hermanas Misioneras de la Caridad

Todos sabemos que existe un Dios que nos ama, que nos ha creado. Podemos acudir a él y pedirle: «Padre mío, ayúdame. Deseo ser santa, deseo ser buena, deseo amar. La santidad no es un lujo para unos pocos, ni está restringida sólo a algunas personas. Está hecha para ti, para mí y para todos. Es un sencillo deber, porque si aprendemos a amar, aprendemos a ser santos.

El primer paso para ser santo, es desearlo. Jesús quiere que seamos tan santos como su Padre. La santidad consiste en hacer la voluntad de Dios con alegría. Las palabras «deseo ser santo» significan: quiero despojarme de todo lo que no sea Dios; quiero despojarme y vaciar mi corazón de cosas materiales. Quiero renunciar a mi voluntad, a mis inclinaciones, a mis caprichos, a mi inconstancia y ser un esclavo generoso de la voluntad de Dios.

Con una total voluntad amaré a Dios, optaré por Él, correré hacia Él, llegaré a Él y lo poseeré. Pero todo depende de las palabras, «Quiero» o «No quiero». He puesto toda mi energía en la palabra «Quiero».

20.8.24

Imitación de Cristo, Libro II, c. 1, 2-3; Autor: Tomás de Kempis

“El Reino de Dios está dentro de vosotros” dice el Señor… Ea, pues,
alma fiel prepara tu corazón a este Esposo para que quiera venirse a ti, y hablar contigo. Porque Él dice así: “Si alguno me ama, guardará mi palabra, y vendremos a él, y haremos en él nuestra morada” (Jn 14,23). Da, pues, lugar a Cristo, y a todo lo demás cierra la puerta. Si a Cristo tuvieres estarás rico, y te bastará. Él será tu fiel procurador, y te proveerá de todo, de manera que no tendrás necesidad de esperar en los hombres. Porque los hombres se mudan fácilmente, y desfallecen en breve; pero “Jesucristo permanece para siempre” (Jn 12,34), y está firme hasta el fin.

No hay que poner mucha confianza en el hombre frágil y mortal aunque sea útil y bien querido, ni has de tomar mucha pena si alguna vez fuere contrario o no te atiende. Los que hoy son contigo, mañana te pueden contradecir, y al contrario; porque muchas veces se vuelven como el viento. Pon en Dios toda tu esperanza, y sea Él tu temor y tu amor. Él responderá por ti, y lo hará bien, como mejor convenga.

“No tienes aquí domicilio permanente” (Hb 13,14). Dondequiera que estuvieres, serás “extraño y peregrino” (Hb 11,13), y no tendrás nunca reposo, si no estuvieres íntimamente unido a Cristo.

El banquete eucarístico; Autor: Beato Columba Marmion (1858-1923) abad

¡Miren cómo nos amó el Padre! Quiso que nos llamáramos hijos de Dios, y nosotros lo somos realmente” (1 Jn 3,1), dice la 1º Carta de San Juan. Dios es nuestro Padre, nos ama con una incomprensible dilección. Todo el amor que existe en el mundo viene de él y es solo una sombra de su caridad infinita. (…) El amor tiende a darse, de ese modo se une profundamente al objeto de su afecto. Dios es amor (1Jn 4,8), tiene un deseo siempre actual e intenso de comunicarse con nosotros. (…) El Hijo, que comparte el amor del Padre, ha querido aceptar la condición de servidor y libarse sobre la cruz (cf. Jn 15,13). Todavía ahora, se esconde bajo las apariencias del pan y del vino, en vista de acceder a nosotros y unirnos a él de la forma más estrecha. La santa Eucaristía es el último esfuerzo de la dilección que aspira a darse. Es el prodigio de la omnipotencia puesta al servicio de la infinita caridad.

Todas las obras de Dios son perfectas (cf. Dt 32,4). Por eso el Padre celestial preparó a sus hijos un banquete digno de él. No les sirve un alimento material, ni un maná descendido del cielo. Les da el Cuerpo y la Sangre, con el alma y la divinidad de su Hijo Único Jesucristo. En esta vida no comprenderemos jamás la grandeza de ese don. Mismo en el cielo, no lo comprenderemos completamente, porque la Eucaristía es Dios mismo que se comunica y él solo se conoce plenamente. (…) Con la comunión, poseemos la santa Trinidad en nuestro corazón, ya que el Padre y el Espíritu Santo están necesariamente dónde está el Hijo: son tres en una misma y única esencia.

Carta a los Filipenses 1, 3-11; Autor: San Pablo

Doy gracias a mi Dios cada vez que me acuerdo de ustedes, es decir, en mis oraciones por todos ustedes a cada instante. Y lo hago con alegría, recordando la cooperación que me han prestado en el servicio
del Evangelio desde el primer día hasta ahora.

Y si Dios empezó tan buen trabajo en ustedes, estoy seguro de que lo continuará hasta concluirlo el día de Cristo Jesús. No puedo pensar de otra manera, pues los llevo a todos en mi corazón; ya esté en la cárcel o tenga que defender y promover el Evangelio, todos están conmigo y participan de la misma gracia.

Bien sabe Dios que la ternura de Cristo Jesús no me permite olvidarlos.

Pido que el amor crezca en ustedes junto con el conocimiento y la lucidez. Quisiera que saquen provecho de cada cosa y cada circunstancia, para que lleguen puros e irreprochables al día de Cristo, habiendo hecho madurar, gracias a Cristo Jesús, el fruto de la santidad. Esto será para gloria de Dios, y un honor para mí.

15.8.24

Camino Nº 483, Autor: San Josemaría

 Ánimo! Tú... puedes. ¿Ves lo que hizo la gracia de Dios con aquel Pedro dormilón, negador y cobarde..., con aquel Pablo perseguidor, odiador y pertinaz?


Audiencia general de S. S. Benedicto XVI, 25 de Abril de 2012

Si los pulmones de la oración no alimentan la respiración de nuestra vida espiritual, corremos el peligro de asfixiarnos en medio de los mil afanes de cada día. La oración es la respiración del alma y de la vida.

22.7.24

Forja 737; Autor: San Josemaría

 

En cada jornada, haz todo lo que puedas por conocer a Dios, por "tratarle", para enamorarte más cada instante, y no pensar más que en su Amor y en su gloria.

Cumplirás este plan, hijo, si no dejas ¡por nada! tus tiempos de oración, tu presencia de Dios (con jaculatorias y comuniones espirituales, para encenderte), tu Santa Misa pausada, tu trabajo bien acabado por El.

Comentario al Evangelio de Juan, 4; PG 73; Autor: San Cirilo de Alejandría (380-444) obispo y doctor de la Iglesia

«Entró y cogió la mano de la niña»

Desde que Cristo entró en nosotros por su propia carne, resucitaremos enteramente; es inconcebible, o mejor aún, imposible, que la vida no dé vida a los que ella se introduce. De la misma manera que se recubre un tizón encendido con un montón de paja para que conserve intacto el fuego del interior, así también nuestro Señor Jesucristo, a través de su propia carne, esconde su vida en nosotros y pone en ella como una semilla de inmortalidad que aleja toda clase de corrupción que llevamos con nosotros.

No es, pues, tan sólo con su palabra que lleva a cabo la resurrección de los muertos, sino que para demostrar que su cuerpo da vida, tal como hemos dicho, toca los cadáveres y por el contacto con su cuerpo devuelve la vida a esos cuerpos que están en vías de descomposición.

Si el solo contacto con su carne sagrada devuelve la vida a esos cuerpos mortales, ¡qué provecho no vamos a encontrar en su eucaristía vivificante cuando la recibamos!...
No sería suficiente que nuestra alma fuera tan sólo regenerada por el Espíritu para una vida nueva; nuestro cuerpo pesado y terrestre debía también ser santificado por ser partícipe de un cuerpo también consistente y del mismo origen que el nuestro y ser así también llamado a la incorruptibilida
d

5.7.24

Obras espirituales. Sobre el Evangelio; Autor: San Carlos de Foucauld (1858-1916)

 Amar los miembros enfermos de Cristo

 “Vayan y aprendan qué significa: “Yo quiero misericordia y no sacrificios. Porque yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores”. Ser misericordioso e inclinar el corazón hacia todas las miserias de los hombres, no sólo las del cuerpo sino también las del alma. Ya que las miserias del alma son más graves que todos los males del cuerpo y amenazan la vida y la felicidad de un miembro de Cristo, no por algunos años, sino por la eternidad… No apegarnos a cuidar las ovejas gordas, limpias y dóciles, abandonando las ovejas negras o débiles a su mala suerte. O sea, amar a todos los hombres por Dios, su Padre y su Salvador, cuidando especialmente a los enfermos, a los pecadores, ya que tienen todavía más necesidad.

Jesús nos da su cuerpo entero para amar. Todos sus miembros merecen de nuestra parte un amor semejante, como siendo igualmente suyos. Unos estando sanos, otros enfermos, todos deben ser igualmente amados. Los miembros enfermos reclaman de nosotros mil veces más que los otros, y antes de ungir con perfume a los sanos, cuidemos a los que están heridos, atribulados, enfermos, a todos los que lo requieren en su cuerpo o alma. Sobre todo estos últimos y sobre todo los pecadores… Podemos hacer un bien a todos los hombres sin excepción, con nuestras oraciones, penitencias, nuestra propia santificación.

25.6.24

Morales sobre Job, XIII; Autor: San Gregorio Magno

Que su alma reciba el dogma fundamental que concierne a Dios: hay un solo Dios, uno sólo, sin nacimiento, sin comienzo, sin cambios ni mutaciones. No fue engendrado por otro, no hay otro ser para tomar la sucesión de su vida. No empezó a vivir en el tiempo, no existe fecha en la que tenga fin. Es a la vez bueno y justo. (…) Único es el autor del cielo y de la tierra, el creador de los ángeles y los arcángeles. Es el autor de una multitud de criaturas, el Padre de uno sólo antes de los siglos, uno sólo que es el Hijo Único, nuestro Señor Jesucristo, con el que ha hecho todas las cosas, las visibles y las invisibles.

Este Padre de nuestro Señor Jesucristo no está circunscrito en un lugar cualquiera, más pequeño que el cielo. Los cielos son la obra de sus manos, su mano abarca toda la tierra. Está en todas las cosas y más allá de todas las cosas. No te imagines que el sol sea más brillante o igual que él, ya que el que ha creado al sol es, sin comparación, mucho más grande y brillante que él. Sabe por anticipado lo que debe existir, es más fuerte que todos los seres, los conoce a todos, realiza lo que desea. No está sumido a las vicisitudes de las cosas, ni al nacimiento, tampoco a la fortuna o a lo ineluctable. Es perfecto desde todo punto de vista y posee todo tipo de virtud. No sufre disminución ni crecimiento, está siempre en el mismo estado, es absolutamente idéntico a sí mismo. Preparó una sanción a los pecadores y a los justos una corona.


Salmo 141(140),1-2.3.8.


Yo te invoco, Señor, ven pronto en mi ayuda:

escucha mi voz cuando te llamo;

que mi oración suba hasta ti como el incienso,

y mis manos en alto, como la ofrenda de la tarde.

 

Coloca, Señor, un guardián en mi boca

y un centinela a la puerta de mis labios;

Pero mis ojos, Señor, están fijos en ti:

en ti confío, no me dejes indefenso.

Conferencias. De la oración; Autor: San Juan Casiano (c. 360-435) fundador de la Abadía de Marsella

¡Venga a nosotros tu Reino!

En la segunda demanda de la oración del “Padre Nuestro”, el alma pura expresa el deseo de pronto ver llegar al Reino de su Padre.

Puede implicar, en primer lugar, al Reino inaugurado cada día por Cristo en el alma de los santos. Eso se produce cuando el diablo es expulsado de nuestro corazón junto con los vicios con los que lo infectaba y su imperio desaparece. Entonces Dios entra en nosotros como soberano, al mismo tiempo que se expande la fragancia de las virtudes. Una vez que la fornicación es vencida, la castidad reina en nuestra alma. Cuando la furia es superada, reina la tranquilidad y si el orgullo es pisoteado, es el tiempo de la humildad.

También, la demanda del Reino implica directamente lo prometido a todos los perfectos, a todos los hijos de Dios. Cristo les dirá: "Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo” (Mt 25,34). Por eso, el alma mantiene su mirada ardientemente fijada en este término feliz, plena de deseo, y en la espera exclama: “¡Venga a nosotros tu Reino!”. Sabe bien, ya que su conciencia le rinde testimonio, que en cuanto lo vea, entrará en ese Reino.

 

3.6.24

Angelus del Domingo 8 de junio de 2008 de S. S. Benedicto XVI


En el centro de la liturgia de la Palabra de este domingo está una expresión del profeta Oseas, que Jesús retoma en el Evangelio«Quiero amor y no sacrificios, conocimiento de Dios más que holocaustos» (Os 6, 6). Se trata de una palabra clave, una de las palabras que nos introducen en el corazón de la Sagrada Escritura. El contexto, en el que Jesús la hace suya, es la vocación de Mateo, de profesión "publicano", es decir, recaudador de impuestos por cuenta de la autoridad imperial romana; por eso mismo, los judíos lo consideraban un pecador público. Después de llamarlo precisamente mientras estaba sentado en el banco de los impuestos —ilustra bien esta escena un celebérrimo cuadro de Caravaggio—, Jesús fue a su casa con los discípulos y se sentó a la mesa junto con otros publicanos. A los fariseos escandalizados, les respondió: «No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. (...) No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores» (Mt 9, 12-13). El evangelista san Mateo, siempre atento al nexo entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, en este momento pone en los labios de Jesús la profecía de Oseas: «Id y aprended lo que significa: "Misericordia quiero y no sacrificios"».

Es tal la importancia de esta expresión del profeta, que el Señor la cita nuevamente en otro contexto, a propósito de la observancia del sábado (cf. Mt 12, 1-8). También en este caso, Jesús asume la responsabilidad de la interpretación del precepto, revelándose como "Señor" de las mismas instituciones legales. Dirigiéndose a los fariseos, añade: «Si comprendierais lo que significa: "Misericordia quiero y no sacrificios", no condenaríais a personas sin culpa» (Mt 12, 7). Por tanto, Jesús, el Verbo hecho hombre, "se reconoció", por decirlo así, plenamente en este oráculo de Oseas; lo hizo suyo con todo el corazón y lo realizó con su comportamiento, incluso a costa de herir la susceptibilidad de los jefes de su pueblo. Esta palabra de Dios nos ha llegado, a través de los Evangelios, como una de las síntesis de todo el mensaje cristiano: la verdadera religión consiste en el amor a Dios y al prójimo. Esto es lo que da valor al culto y a la práctica de los preceptos.

Dirigiéndonos ahora a la Virgen María, pidamos por su intercesión vivir siempre en la alegría de la experiencia cristiana. Que la Virgen, Madre de la Misericordia, suscite en nosotros sentimientos de abandono filial a Dios, que es misericordia infinita; que ella nos ayude a hacer nuestra la oración que san Agustín formula en un famoso pasaje de sus Confesiones«¡Señor, ten misericordia de mí! Mira que no oculto mis llagas. Tú eres el médico; yo soy el enfermo. Tú eres misericordioso; yo, lleno de miseria. (...) Toda mi esperanza está puesta únicamente en tu gran misericordia» (X, 28. 39; 29. 40).


2.6.24

Es Cristo que Pasa Nº 110, Autor: San Josemaría

Hemos recorrido algunas páginas de los Santos Evangelios para contemplar a Jesús en su trato con los hombres, y aprender a llevar a Cristo hasta nuestros hermanos, siendo nosotros mismos Cristo. Apliquemos esa lección a nuestra vida ordinaria, a la propia vida. Porque no es la vida corriente y ordinaria, la que vivimos entre los demás conciudadanos, nuestros iguales, algo chato y sin relieve. Es, precisamente en esas circunstancias, donde el Señor quiere que se santifique la inmensa mayoría de sus hijos.

Es necesario repetir una y otra vez que Jesús no se dirigió a un grupo de privilegiados, sino que vino a revelarnos el amor universal de Dios. Todos los hombres son amados de Dios, de todos ellos espera amor. De todos, cualesquiera que sean sus condiciones personales, su posición social, su profesión u oficio. La vida corriente y ordinaria no es cosa de poco valor: todos los caminos de la tierra pueden ser ocasión de un encuentro con Cristo, que nos llama a identificarnos con Él, para realizar en el lugar donde estamos su misión divina.

Dios nos llama a través de las incidencias de la vida de cada día, en el sufrimiento y en la alegría de las personas con las que convivimos, en los afanes humanos de nuestros compañeros, en las menudencias de la vida de familia. Dios nos llama también a través de los grandes problemas, conflictos y tareas que definen cada época histórica, atrayendo esfuerzos e ilusiones de gran parte de la humanidad.

Es Cristo que Pasa Nº 111, Autor: San Josemaría


Se comprende muy bien la impaciencia, la angustia, los deseos inquietos de quienes, con un alma naturalmente cristiana, no se resignan ante la injusticia personal y social que puede crear el corazón humano. Tantos siglos de convivencia entre los hombres y, todavía, tanto odio, tanta destrucción, tanto fanatismo acumulado en ojos que no quieren ver y en corazones que no quieren amar.

Los bienes de la tierra, repartidos entre unos pocos; los bienes de la cultura, encerrados en cenáculos. Y, fuera, hambre de pan y de sabiduría, vidas humanas que son santas, porque vienen de Dios, tratadas como simples cosas, como números de una estadística. Comprendo y comparto esa impaciencia, que me impulsa a mirar a Cristo, que continúa invitándonos a que pongamos en práctica ese mandamiento nuevo del amor.

Todas las situaciones por las que atraviesa nuestra vida nos traen un mensaje divino, nos piden una respuesta de amor, de entrega a los demás. 

Hay que reconocer a Cristo, que nos sale al encuentro, en nuestros hermanos los hombres. Ninguna vida humana es una vida aislada, sino que se entrelaza con otras vidas. Ninguna persona es un verso suelto, sino que formamos todos parte de un mismo poema divino, que Dios escribe con el concurso de nuestra libertad.


1.6.24

Surco Nº 60, Autor: San Josemaría

La alegría de un hombre de Dios, de una mujer de Dios, ha de ser desbordante: serena, contagiosa, con gancho…; en pocas palabras, ha de ser tan sobrenatural, tan pegadiza y tan natural, que arrastre a otros por los caminos cristianos.


SALMO 148


1 ¡Aleluya!

Alaben al Señor desde el cielo,

alábenlo en las alturas;

 

2 alábenlo, todos sus ángeles,

alábenlo, todos sus ejércitos.

 

3 Alábenlo, sol y luna,

alábenlo, astros luminosos;

 

4 alábenlo, espacios celestiales

y aguas que están sobre el cielo.

 

5 Alaben el nombre del Señor,

porque él lo ordenó, y fueron creados;

 

6 él los afianzó para siempre,

estableciendo una ley que no pasará.

 

7 Alaben al Señor desde la tierra,

los cetáceos y los abismos del mar;

 

8 el rayo, el granizo, la nieve, la bruma,

y el viento huracanado que obedece a sus órdenes.

 

9 Las montañas y todas las colinas,

los árboles frutales y todos los cedros;

 

10 las fieras y los animales domésticos,

los reptiles y los pájaros alados.

 

11 Los reyes de la tierra y todas las naciones,

los príncipes y los gobernantes de la tierra;

 

12 los ancianos, los jóvenes y los niños,

 

13 alaben el nombre del Señor.

Porque sólo su Nombre es sublime;

su majestad está sobre el cielo y la tierra,

 

14 y él exalta la fuerza de su pueblo.

¡A él, la alabanza de todos sus fieles,

y de Israel, el pueblo de sus amigos!

¡Aleluya!

4.5.24

Evangelio según San Juan 15,18-21.

 

Jesús dijo a sus discípulos:

«Si el mundo los odia, sepan que antes me ha odiado a mí.

Si ustedes fueran del mundo, el mundo los amaría como cosa suya. Pero como no son del mundo, sino que yo los elegí y los saqué de él, el mundo los odia.

Acuérdense de lo que les dije: el servidor no es más grande que su señor. Si me persiguieron a mí, también los perseguirán a ustedes; si fueron fieles a mi palabra, también serán fieles a la de ustedes.

Pero los tratarán así a causa de mi Nombre, porque no conocen al que me envió.»

3.5.24

Hablar con Dios, Tomo 3, N° 29, Autor: Francisco Fernández Carvajal

 

Acudamos en el día de hoy a nuestro Ángel Custodio para que nos recuerde frecuentemente la presencia cercana de Cristo en los sagrarios de la ciudad o del pueblo donde vivimos o donde nos encontramos, y que nos consiga gracias abundantes para que cada día sean mayores nuestros deseos de recibir a Jesús, y mayor nuestro amor, de modo particular en esos minutos en los que permanece sacramentalmente en nuestro corazón.

Carta de San Pablo a los Gálatas 2,20

Vivo, pero ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí. Y la vida que vivo ahora en la carne la vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó a sí mismo por mí.

Hablar con Dios, Tomo 2, Nº 62: Autor: Francisco Fernández Carvajal

 

Jesús siempre hizo el bien. Yo les pregunto -les decía Jesús en cierta ocasión a unos escribas y fariseos que le espiaban- ¿es lícito hacer el bien o hacer el mal? Y a continuación curó al enfermo de la mano seca. En todos los ambientes debemos hacer el bien, comunicar la alegría de haber conocido a Cristo; sentimos la necesidad de ganar almas para la Verdad, para el amor, para Cristo. “Y esto se llama, en correcto castellano, proselitismo. Aquí interviene también la manipulación de las palabras. El término proselitismo ha sido cargado por algunos con la albarda de intereses egoístas, de utilización de medios poco honrados para presionar o enrolar engañosamente a los que se dirige. Tal actitud merece seria condena; pero lo condenable es el proselitismo sectario, engañador, mercenario, el que se aprovecha de la ignorancia ajena, de su pobreza, de su soledad.

“Pero ¿vamos, por eso, a renunciar los cristianos a la fecundidad apostólica, a la fraternidad comunicativa del genuino proselitismo?”  se pregunta C. LOPEZ PARDO, en REV. PALABRA, n. 245 (C. LOPEZ PARDO, en REV. PALABRA, n. 245).

Discurso de S. S. Benedicto XVI en la Basílica del Santuario de Aparecida (12 de mayo de 2007)

 

La Iglesia es nuestra casa. Esta es nuestra casa. En la Iglesia católica tenemos todo lo que es bueno, todo lo que es motivo de seguridad y de consuelo. Quien acepta a Cristo, "camino, verdad y vida", en su totalidad, tiene garantizada la paz y la felicidad, en esta y en la otra vida. Por eso, el Papa vino aquí para rezar y confesar con todos vosotros:  vale la pena ser fieles, vale la pena perseverar en la propia fe. Pero la coherencia en la fe necesita también una sólida formación doctrinal y espiritual.

 

Homilia de S. S. Benedicto XVI Estadio Olímpico de Berlín Jueves 22 de septiembre de 2011

Algunos miran a la Iglesia, quedándose en su apariencia exterior. De este modo, la Iglesia aparece únicamente como una organización más en una sociedad democrática, a tenor de cuyas normas y leyes se juzga y se trata una figura tan difícil de comprender como es la “Iglesia”. Si a esto se añade también la experiencia dolorosa de que en la Iglesia hay peces buenos y malos, trigo y cizaña, y si la mirada se fija sólo en las cosas negativas, entonces ya no se revela el misterio grande y bello de la Iglesia.

Hablar con Dios, Tomo 2, Nº 75: Autor: Francisco Fernández Carvajal

El cristiano se esfuerza en remediar lo injusto por amor a Jesucristo y a sus hermanos los hombres. El justo, en el pleno sentido de la palabra, es aquel que va dejando a su paso amor y alegría y no transige con la injusticia allí donde la encuentra, ordinariamente en el ámbito en el que se desarrolla su vida: en la familia, en su empresa, en el municipio donde tiene su hogar... Si hacemos examen, es posible que encontremos injusticias que remediar: juicios precipitados contra personas o instituciones, rendimiento en el trabajo, trato injusto a otras personas...

 

Amar a la Iglesia, N° 28; Autor: San Josemaría

Con una ceguera que proviene de apartarse de Dios -este pueblo me honra con los labios, pero su corazón se encuentra lejos de mí (Mt XV, 8) -, se fabrica una imagen de la Iglesia, que no guarda relación alguna con la que fundó Cristo. Hasta el Santo Sacramento del Altar -la renovación del Sacrificio del Calvario- es profanado, o reducido a un mero símbolo de la que llaman comunión de los hombres entre sí. ¡Qué sería de las almas, si Nuestro Señor no hubiese entregado por nosotros hasta la última gota de su Sangre preciosa! ¿Cómo es posible que se desprecie ese milagro perpetuo de la presencia real de Cristo en el Sagrario? Se ha quedado para que lo tratemos, para que lo adoremos, para que, prenda de la gloria futura, nos decidamos a seguir sus huellas.

      Estos tiempos son tiempos de prueba y hemos de pedir al Señor, con un clamor que no cese (Cfr. Is LVIII, 1), que los acorte, que mire con misericordia a su Iglesia y conceda nuevamente la luz sobrenatural a las almas de los pastores y a las de todos los fieles. La Iglesia no tiene por qué empeñarse en agradar a los hombres, ya que los hombres -ni solos, ni en comunidad- darán nunca la salvación eterna: el que salva es Dios.

19.3.24

Mes de San José, día 19 de Marzo


 Nuestra fidelidad

Concédenos, Señor, que podamos servirte... con un corazón puro como San José, que se entregó para servir a tu Hijo... (MISAL ROMANO, Misa de la Solemnidad de San José. Oración sobre las ofrendas).

Mientras preparábamos la Solemnidad de hoy considerando la devoción de los siete domingos de San José, meditábamos el principio enunciado por Santo Tomás, que se aplica a la elección de San José, y a toda vocación: «A los que Dios elige para algo los prepara y dispone de tal modo que sean idóneos para ello» (SANTO TOMAS, Suma Teológica, 3, q. 27, a. 4, c.). La fidelidad de Dios se muestra en las ayudas que otorga siempre, en cualquier situación de edad, trabajo, salud, etc., en que nos encontremos, para que cumplamos fielmente nuestra misión en la tierra. San José correspondió delicada y prontamente a las innumerables gracias que recibió de parte de Dios.

Nosotros debemos meditar muchas veces que el Señor no nos fallará jamás; Él espera siempre nuestra correspondencia firme: en la juventud, en la madurez, y cuando ya no sea mucho el tiempo que nos separe de Dios; cuando parece que todo acompaña para ser leales y en aquellos momentos en los que pudiera dar la impresión de que todo invita a romper los compromisos contraídos.

El no sentir a Dios alguna vez -o por largos períodos-, el no sentirse atraído a dedicar a Dios el mejor rato del día, puede deberse, quizá, a que se tiene el alma llena de uno mismo y de todo lo que pasa a nuestro alrededor. En estos momentos la fidelidad a Dios es fidelidad al recogimiento interior, al empeño por salir de ese estado, a la vida de oración, a esa oración en la que el alma se queda sola, desnuda ante Dios y le pide, o le mira...

Dios espera de todos nosotros una actitud despierta, amorosa, llena de iniciativas. «El corazón del Santo Patriarca estuvo siempre lleno de alegría, incluso en los momentos más difíciles! Hemos de lograr que nuestro quehacer divino en la tierra, nuestro caminar hacia Dios sea siempre nuevo, como nuevo y original es siempre el amor, pues, como señala el poeta:

Nadie fue ayer
ni va hoy
ni irá mañana
hacia Dios
por este mismo camino
que yo voy.
Para cada hombre guarda
un rayo nuevo de luz el sol
y un camino virgen
Dios.

Siempre eternamente nuevo.

Hoy pedimos a San José esa juventud interior que da siempre la entrega verdadera, la renovación desde sus mismos cimientos de estos firmes compromisos que adquirimos un día. Le pedimos también por tantos que esperan de nosotros esa alegría interior, consecuencia de la entrega, que les arrastre hasta Jesús, a quien encontrarán siempre muy cerca de María.

17.3.24

Confesión Nº 62, Autor: San Patricio


Pero ruego a quienes creen y temen a Dios: quienquiera se haya dignado observar o recibir este escrito que Patricio, pecador indocto sin duda, escribió en Irlanda, si algo pequeño hice o demostré según el agrado de Dios, que nadie vaya a decir que mi ignorancia lo hizo. Pensad más bien y creed con toda verdad que esto fue don de Dios.

16.3.24

Hablar con Dios, Tomo 5, Nº 76, Autor: Francisco Fernández Carvajal

De nosotros deberían decir quienes nos han tratado lo que sus contemporáneos afirmaron del Señor: pasó haciendo el bien (Hech 10, 38)... Nuestra vida ha de estar llena de obras de caridad y de misericordia, a veces tan pequeñas que no causarán mucho ruido: sonreír, alentar, prestar con alegría esos pequeños servicios que lleva consigo la convivencia, disculpar los errores del prójimo para los que casi siempre encontraremos una buena excusa... Es ésta una señal ante el mundo, pues por la caridad nos conocerá como discípulos de Cristo (Cfr. Jn 13, 35). Es también una referencia para nosotros mismos, pues si examinamos nuestra postura ante los demás, podremos averiguar con prontitud nuestro grado de unión con Dios.

Primera Carta de San Juan 2,3-11.

Queridos hermanos:

La señal de que lo conocemos, es que cumplimos sus mandamientos.

El que dice: "Yo lo conozco", y no cumple sus mandamientos, es un mentiroso, y la verdad no está en él.

Pero en aquel que cumple su palabra, el amor de Dios ha llegado verdaderamente a su plenitud. Esta es la señal de que vivimos en él. El que dice que permanece en él, debe proceder como él.

Queridos míos, no les doy un mandamiento nuevo, sino un mandamiento antiguo, el que aprendieron desde el principio: este mandamiento antiguo es la palabra que ustedes oyeron. Sin embargo, el mandamiento que les doy es nuevo. Y esto es verdad tanto en él como en ustedes, porque se disipan las tinieblas y ya brilla la verdadera luz.

El que dice que está en la luz y no ama a su hermano, está todavía en las tinieblas.

El que ama a su hermano permanece en la luz y nada lo hace tropezar.

Pero el que no ama a su hermano, está en las tinieblas y camina en ellas, sin saber a dónde va, porque las tinieblas lo han enceguecido. 

15.3.24

Discurso de S. S. Benedicto XV en Mariazzell Sábado 8 de septiembre de 2007

Toda vuestra existencia debe ser, como la de san Juan Bautista, un gran reclamo vivo, que lleve a Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado. Jesús afirmó que Juan era "una lámpara que arde y alumbra" (Jn 5, 35). También vosotros debéis ser lámparas como él. Haced que brille vuestra luz en nuestra sociedad, en la política, en el mundo de la economía, en el mundo de la cultura y de la investigación. Aunque sea una lucecita en medio de tantos fuegos artificiales, recibe su fuerza y su esplendor de la gran Estrella de la mañana, Cristo resucitado, cuya luz brilla —quiere brillar a través de nosotros— y no tendrá nunca ocaso.

del Mensaje del Prelado del Opus Dei Mons. Fernando Ocáriz (15 marzo 2024)

La proximidad de la Semana Santa nos invita ya a intensificar la contemplación de Jesucristo en la cruz. A esto nos está ayudando litúrgicamente la Cuaresma que, como todas las dimensiones de la vida cristiana, nos va llevando a la identificación con Jesús. Me vienen a la memoria aquellas palabras que san Josemaría dirigió a un grupo de hijos suyos: «Manifestad claramente el Cristo que sois, por vuestra vida, por vuestro Amor, por vuestro espíritu de servicio, por vuestro afán de trabajo, por vuestra comprensión, por vuestro celo por las almas» (13-VI-1974). Con la ayuda de la gracia, podremos siempre crecer en un amor que no se queda en lo superficial, sino que se manifiesta también en la preocupación por los demás. El espíritu de servicio, el deseo eficaz de amar con obras a cada persona tal como es –con sus virtudes y defectos– refleja, a pesar de nuestra poquedad, el rostro del Señor.

Mensaje completo aquí

25.2.24

Homilía en la fiesta de la Transfiguración; Autor: Anastasio de Sinaí


Sobre el monte Tabor, Jesús les mostró a sus discípulos una manifestación maravillosa y divina, como una imagen prefigurativa del Reino de los cielos. Exactamente es como si les dijera: "Para que la espera no engendre en vosotros incredulidad, desde ahora, inmediatamente y verdaderamente os digo que entre los que están aquí hay algunos que no conocerán la muerte, antes de haber visto al Hijo del hombre venir en la gloria de su padre" (Mt 16,28). (...)

        Tales son las maravillas divinas de esta fiesta. (...) Ya que es al mismo tiempo la muerte y la fiesta de Cristo lo que nos reúne. Con el fin de penetrar en estos misterios con los que han sido escogidos entre los discípulos, escuchemos la voz divina y santa que, como desde lo alto (...), nos convoca de modo urgente: "Venid, gritad hacia la montaña del Señor, al día del Señor, hacia el lugar del Señor y en la casa de vuestro Dios". Escuchemos, con el fin de que iluminados por esta visión, transformados, transportados (...), invoquemos esta luz diciendo: "Qué temible es este lugar; es nada menos que la casa de Dios y la puerta del cielo" (Gn 28,17).

        Es pues hacia la montaña donde hay que apresurarse, como lo hizo Jesús que, allí como en el cielo, es nuestro guía y nuestro precursor. Con él brillaremos con mirada espiritual, seremos renovados y divinizados en la esencia de nuestra alma; configurados a su imagen, como él, seremos transfigurados - divinizados para siempre y transportados a las alturas. (...)

        Acudamos pues, con confianza y alegría, y penetremos en la nube, como Moisés y Elías, como Santiago y Juan. Como Pedro, sé llevado a esta contemplación y esta manifestación divina, sé transformado magníficamente, transportado fuera del mundo, por encima de esta tierra. Deja aquí la carne, deja la creación y vuélvete hacia el Creador al que Pedro mismo decía, arrebatado: "¡Señor, qué bien se está aquí!"  Sí, Pedro, es verdaderamente bueno estar aquí con Jesús, y estar aquí para siempre.


24.2.24

Hablar con Dios, Tomo V, Nº 82; Autor: Francisco Fernández Carvajal

Lo contrario de la pereza es precisamente la diligencia, que tiene su origen en el verbo latino diligere, que significa amar, elegir después de un estudio atento. El amor da alas para servir a la persona amada. La pereza, fruto del desamor, lleva a un desamor más grande, El Señor condena en esta parábola a quienes no desarrollan los dones que Él les dio y a quienes los emplean en su propio servicio, en vez de servir a Dios y a sus hermanos los hombres. Examinemos hoy nosotros cómo aprovechamos el tiempo, que es parte muy importante de la herencia recibida; si cuidamos la puntualidad y el orden en nuestro quehacer, si procuramos excedernos en el trabajo, llenando bien las horas; si dedicamos la atención debida a nuestros deberes familiares; si ponemos en práctica la capacidad de amistad y aprecio por los demás, para hacer un apostolado fecundo; si procuramos extender el Reino de Cristo en las almas y en la sociedad con los talentos recibidos.

Nuestra vida es breve. Por eso hemos de aprovecharla hasta el último instante, para ganar en el amor, en el servicio a Dios. Con frecuencia la Sagrada Escritura nos advierte de la brevedad de nuestra existencia aquí en la tierra. Se la compara con el humo(Cfr. Sab 2, 2), con una sombra(Cfr. Sal 143, 4), con el paso de las nubes(Cfr. Job 14, 2; 37, 2; Sant 1, 10), con la nada(Cfr. Sal 38, 6). ¡Qué pena perder el tiempo o malgastarlo como si no tuviera valor! «¡Qué pena vivir, practicando como ocupación la de matar el tiempo, que es un tesoro de Dios! (...). ¡Qué tristeza no sacar partido, auténtico rendimiento de todas las facultades, pocas o muchas, que Dios concede al hombre para que se dedique a servir a las almas y a la sociedad!

»Cuando el cristiano mata su tiempo en la tierra, se coloca en peligro de matar su Cielo: cuando por egoísmo se retrae, se esconde, se despreocupa»(San Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, 46).

22.2.24

Evangelio según San Marcos 16, 15-16

Por último se apareció a los once discípulos mientras comían y los reprendió por su falta de fe y por su dureza para creer a los que lo habían visto resucitado.

Y les dijo: "Vayan por todo el mundo y anuncien la Buena Nueva a toda la creación".