Los ninivitas ayunaron con un ayuno completo cuando Jonás les
predicó la conversión. (...) Esto es lo que está escrito: “Dios vio sus obras y cómo se convertían de su mala vida, y aplacó el incendio de su ira” (Jon 3,10). No dice: “Vio que ayunaban a pan y agua y se vestían de saco y ceniza”, sino: “Vio Dios lo que hacían, cómo se convirtieron de su mala conducta”. Porque el rey de Nínive había dicho: “Que cada uno se convierta de su mala conducta y de la violencia que hay en sus manos” (v. 8). Hicieron un ayuno sincero y fue aceptado.
Porque, amigo mío,
cuando se ayuna, la abstinencia de la maldad es siempre la mejor. Es mejor que
la abstinencia de pan y de vino, mejor que “humillarse a sí mismo, mover la
cabeza como un junco, acostarse sobre saco y ceniza” como dice Isaías (58,5).
En efecto, cuando el hombre se abstiene de pan, de agua o de cualquier
alimento, cuando se cubre de saco y ceniza y se aflige, eso es agradable a los
ojos de Dios. Pero lo que a Dios más le place es: “(...) desatar los lazos de
la maldad, y arrancar todo yugo de esclavitud” (v. 6). Entonces para este
hombre “brotará tu luz como la aurora, te precederá tu justicia, y serás como
huerto regado, o como manantial cuyas aguas nunca faltan” (v. 8-11). No se
parece en nada a los hipócritas “que desfiguran su rostro para que los hombres
vean que ayunan” (Mt 6,16).
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