29.6.15

Getsemaní, pág. 24; Autor: Mons. Javier Echevarría

A las criaturas -empezando por los propios apóstoles de Cristo-, si no vigilamos, si no nos esforzamos por descubrir la Providencia del Cielo, nos asalta el peligro del acostumbramietno malo -de la rutina- incluso cuando nos ocupamos de tareas importantes. No debería ser así, porque esa familiaridad mala lleva a la falta de amor, a no estar en los detalles con esmero, a permitir que se infiltre la indelicadeza con las personas que tratamos o con los objetos que usamos. Como enseña San Efrén, "la vigilancia que el Señor pide, se dirige a las dos partes del hombre: al cuerpo, para que esté prevenido contra la somnolencia; y al alma, para que rechace la pusilanimidad y la tibieza".

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