el pecado de cada uno
repercute en cierta manera en los demás. Es ésta la otra cara de aquella
solidaridad que, a nivel religioso, se desarrolla en el misterio profundo y
magnífico de la comunión de los santos, merced a la cual se ha podido
decir que «toda alma que se eleva, eleva al mundo».( Elisabeth Leseur, Journal
et pensées de chaque jour, Paris 1918, p. 31.) A esta ley de la
elevación corresponde, por desgracia, la ley del descenso, de suerte
que se puede hablar de una comunión del pecado, por el que un alma que
se abaja por el pecado abaja consigo a la Iglesia y, en cierto modo, al mundo
entero. En otras palabras, no existe pecado alguno, aun el más íntimo y
secreto, el más estrictamente individual, que afecte exclusivamente a aquel que
lo comete. Todo pecado repercute, con mayor o menor intensidad, con mayor o menor
daño en todo el conjunto eclesial y en toda la familia humana.
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