Necesitamos luz y claridad para nosotros y para quienes están a nuestro lado.
Es muy grande nuestra responsabilidad. El cristiano está puesto por Dios como
antorcha que ilumina a otros en su caminar hacia Dios. Debemos formarnos “de
cara a esa avalancha de gente que se nos vendrá encima, con la pregunta precisa
y exigente: -"bueno, ¿qué hay que hacer?"(J. ESCRIVA DE BALAGUER, Surco, n. 221). Los hijos, los
parientes, los colegas, los amigos se fijan en nuestro comportamiento y hemos
de llevarlos a Dios. Y para que el guía de ciegos no sea también ciego (Cfr. Mt 15, 14) no
basta saber como de oídas, por referencias; para llevar a nuestros parientes y
amigos a Dios no basta un conocimiento vago y superficial del camino; es
necesario andarlo... Esto es: tener trato con el Señor, ir conociendo cada vez
con más profundidad su doctrina, tener una lucha concreta contra nuestros
defectos. En una palabra: ir por delante en la lucha interior y en el ejemplo.
Ser ejemplares en la profesión, en la familia... “Quien tiene la misión de
decir cosas grandes -dice San Gregorio Magno-, está obligado igualmente a
practicarlas” (SAN GREGORIO MAGNO, Regla pastoral, 2, 3). Y sólo si las practica será eficaz lo que diga.
Jesucristo, cuando
quiso enseñar a los discípulos cómo habían de practicar el espíritu de servicio
unos con otros, se ciñó él mismo una toalla y les lavó los pies (Cfr. Jn 13, 15.). Eso
debemos hacer nosotros: dar a conocer a Cristo siendo ejemplares en los
quehaceres diarios, convertir en vida la doctrina del Señor.
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