El cristiano -por haber fundamentado su vida en esa
piedra angular que es Cristo- tiene su propia personalidad, su modo de ver el
mundo y los acontecimientos, y una escala de valores bien distinta del hombre
pagano, que no vive la fe y tiene una concepción puramente terrena de las
cosas. Una fe débil y tibia, de poca influencia real en lo ordinario, “puede
provocar en algunos esa especie de complejo de inferioridad, que se manifiesta
en un inmoderado afán de "humanizar" el Cristianismo, de
"popularizar" la Iglesia, acomodándola a los juicios de valor
vigentes en el mundo” (
J. ORLANDIS, ¿Qué es ser católico?, EUNSA,
Pamplona 1977, p. 48. ).
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