Durante la semana,
yo enseñaba Sagrada Escritura en una high school cristiana
privada.
Hablaba a mis alumnos de todo; lo referente a la alianza como familia
de Dios, y les explicaba las alianzas que Dios había concertado con su
pueblo. Ellos lo estaban captando todo. Tracé una cronología para mostrarles
cómo cada alianza instituida por Dios era el modo en que Él había reconocido su
paternidad sobre su familia a lo largo de los tiempos. Su alianza con Adán tomó
la forma de un matrimonio; la alianza con Noé fue una familia; con Abraham tomó
la forma de una tribu; la alianza con Moisés transformó las doce tribus en una
familia nacional; la alianza con David estableció a Israel como una familia de
un reino nacional; mientras que Cristo había instituido la Nueva Alianza para
que fuese la familia mundial, o «católica» {del griego katholikos), de
Dios, y comprendiera a todas las naciones ya todos los hombres, fueran judíos o
gentiles.
Los estudiantes
estaban estusiasmados... ¡Ahora la Biblia adquiría un nuevo sentido! Un alumno
preguntó: - ¿Qué forma tiene esta familia mundial?
Dibujé una gran
pirámide en la pizarra y expliqué:
-Sería como una
gran familia extendida por todo el mundo, con diferentes figuras paternas en
cada nivel, encargadas por Dios para administrar su amor y su ley a sus hijos.
Uno de mis estudiantes católicos comentó en voz alta:
-Esa pirámide se
parece mucho a la Iglesia católica, con el Papa en el vértice.
-¡Oh, no! -repliqué
rápidamente-; lo que os estoy dando aquí es el antídoto del catolicismo -eso
era lo que yo creía, o al menos trataba de creer-. Además, el Papa es un
dictador, no un padre.
-Pero Papa
significa «padre».
-No es así
-me apresuré a corregir.
-Sí es así
-contestó a coro un grupo de estudiantes.
Muy bien; así que
los católicos tenían razón en otro punto más. Podía admitirlo, pero me sentía muy
asustado. ¡No sabía lo que se me venía encima!
Durante la
comida, una de mis alumnas más aventajadas se me acercó, en representación de
un pequeño grupo que estaba en la esquina de atrás, para decirme:
-Hemos hecho una
votación, y el resultado es unánime: pensamos que usted se convertirá al
catolicismo. Me eché a reír, muy nervioso.
-¡Eso es
absurdo! -exclamé, mientras un escalofrío me recorría la espalda.
Ella esbozó una
pícara sonrisa de complicidad, se encogió de hombros y se volvió a su sitio.
Al regresar a casa
por la tarde, aún me sentía aturdido. Le dije a Kimberly:
-No te
imaginas lo que me ha dicho hoy Rebecca: que un grupo de estudiantes ha votado
que me voy a convertir al catolicismo. ¿Puedes imaginar algo más absurdo?
Yo esperaba que
Kimberly se reiría conmigo, pero ella tan sólo me miró de forma inexpresiva y
dijo:
-¿y lo harás? ¡No
podía creerlo! ¿Cómo era capaz mi propia esposa de pensar, tan a la ligera, que
yo traicionaría la verdad de la Escritura y de la Reforma? Sentí como si me
clavaran un cuchillo por la espalda.
-¿Cómo puedes tú decir
eso? -balbucí-. ¡Eso es renegar de tu confianza en mí como pastor y
como
profesor! ¿Católico yo? ¡Me amamantaron con los escritos de Martin Lutero...!
¿Qué pretendes?
-Scott, estaba
acostumbrada a considerarte como un hombre profundamente anti-católico y
comprometido con los principios de la Reforma. Pero últimamente te oigo hablar
tanto de sacramentos, liturgia, tipología, eucaristía... -luego Kimberly añadió
algo que nunca olvidaré-: A veces pienso que podrías ser un Lutero al revés.