Este es mi mandamiento: Ámense los unos a los
otros, como yo los he amado. No hay amor más grande que dar la vida por los
amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo
servidores, porque el servidor ignora lo que hace su señor; yo los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi
Padre. No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a
ustedes, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero.
Así todo lo que pidan al Padre en mi Nombre, él se lo concederá. Lo que yo les
mando es que se amen los unos a los otros.
6.1.25
Evangelio según San Juan 15,12-17
15.11.24
Primera Regla, 23; Autor: San Francisco de Asís (1182-1226) fundador de los Hermanos menores
Poderosísimo, santísimo, altísimo y soberano Dios,
Padre justo y santo, Señor, rey del cielo y de la tierra,
te damos gracias por ser tú quien eres,
porque, por tu santa voluntad,
y por tu Hijo único con el Espíritu Santo,
has creado todas las cosas, espirituales y corporales.
Nos has hecho a tu imagen y semejanza,
nos has colocado en el paraíso;
y nosotros, caímos por nuestras faltas.
Te damos gracias porque,
igual que tú nos has creado por medio de tu Hijo
igualmente, por medio del santo amor con que nos has
amado,
has hecho nacer a tu Hijo, verdadero Dios y verdadero
hombre,
de la gloriosa Virgen, Santa María,
y, por su cruz, su sangre y su muerte,
has querido rescatarnos de nuestro cautiverio.
Te damos gracias porque este mismo Hijo
vendrá en la gloria de su majestad,
para mandar al fuego eterno a los malditos
que no han querido convertirse y reconocerte
y para decir a todos los que te habrán reconocido,
adorado y servido en la penitencia:
«Venid, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado
para vosotros desde la creación del mundo» (Mt 25,34).
Todos somos miserables y pecadores,
no somos dignos de nombrarte;
te rogamos, pues, aceptes
que nuestro Señor Jesucristo
tu Hijo muy amado en quien te complaces,
junto con el Espíritu Santo Paráclito,
sea él mismo quien te de gracias por todo,
tal como te place y como a él le place,
él, que te basta siempre y en todo,
él, por quien has hecho tanto por nosotros.
¡Aleluya!
Manuscrito A, 83; Autora: Santa Teresa del Niño Jesús (1873-1897) carmelita descalza, doctora de la Iglesia
“El Reino de Dios está en medio de vosotros.”
Comprendo y sé por experiencia, que el
reino de Dios está dentro de nosotros. Jesús no tiene necesidad de libros ni de
doctores para instruir a las almas; él, el doctor de los doctores, enseña sin
ruido de palabras...Nunca le he oído hablar, pero sé que está dentro de mí. Me
guía y me inspira a cada instante lo que debo decir o hacer. Descubro,
justamente en el momento en que las necesito, luces que hasta entonces no había
visto. Y las más de las veces estas ilustraciones no son más abundantes
precisamente en la oración, sino más bien en medio de las ocupaciones del
día...
«El Reino de Dios ya está entre vosotros»; Autor: Fray Josep Mª Masana i Mola OFM
Hoy, los fariseos preguntan a Jesús una cosa que ha interesado siempre con una mezcla de interés, curiosidad, miedo...: ¿Cuándo vendrá el Reino de Dios? ¿Cuándo será el día definitivo, el fin del mundo, el retorno de Cristo para juzgar a los vivos y a los difuntos en el juicio final?
Jesús dijo que eso es imprevisible. Lo único que sabemos es que vendrá súbitamente, sin avisar: será «como relámpago fulgurante» (Lc 17,24), un acontecimiento repentino y, a la vez, lleno de luz y de gloria. En cuanto a las circunstancias, la segunda llegada de Jesús permanece en el misterio. Pero Jesús nos da una pista auténtica y segura: desde ahora, «el Reino de Dios ya está entre vosotros» (Lc 17,21). O bien: «dentro de vosotros».
El gran suceso del último día será un hecho universal, pero ocurre también en el pequeño microcosmos de cada corazón. Es ahí donde se ha de ir a buscar el Reino. Es en nuestro interior donde está el Cielo, donde hemos de encontrar a Jesús.
Este Reino, que comenzará imprevisiblemente “fuera”, puede comenzar ya ahora “dentro” de nosotros. El último día se configura ahora ya en el interior de cada uno. Si queremos entrar en el Reino el día final, hemos de hacer entrar ahora el Reino dentro de nosotros. Si queremos que Jesús en aquel momento definitivo sea nuestro juez misericordioso, hagamos que Él ahora sea nuestro amigo y huésped interior.
San Bernardo, en un sermón de Adviento, habla de tres venidas de Jesús. La primera venida, cuando se hizo hombre; la última, cuando vendrá como juez. Hay una venida intermedia, que es la que tiene lugar ahora en el corazón de cada uno. Es ahí donde se hacen presentes, a nivel personal y de experiencia, la primera y la última venida. La sentencia que pronunciará Jesús el día del Juicio, será la que ahora resuene en nuestro corazón. Aquello que todavía no ha llegado, es ya ahora una realidad.
5.11.24
Del Mensaje de S. S. Benedicto XVI para la XXVII Jornada Mundial de la Juventud 2012
Nuestro corazón está hecho para la alegría
La aspiración a la alegría está grabada en lo más íntimo
del ser humano. Más allá de las satisfacciones inmediatas y pasajeras, nuestro
corazón busca la alegría profunda, plena y perdurable, que pueda dar «sabor» a
la existencia. Y esto vale sobre todo para vosotros, porque la juventud es un
período de un continuo descubrimiento de la vida, del mundo, de los demás y de
sí mismo. Es un tiempo de apertura hacia el futuro, donde se manifiestan los
grandes deseos de felicidad, de amistad, del compartir y de verdad; donde uno
es impulsado por ideales y se conciben proyectos.
"Cada día el Señor nos ofrece tantas alegrías
sencillas: la alegría de vivir, la alegría ante la belleza de la naturaleza, la
alegría de un trabajo bien hecho, la alegría del servicio, la alegría del amor
sincero y puro. Y si miramos con atención, existen tantos motivos para la
alegría: los hermosos momentos de la vida familiar, la amistad compartida, el
descubrimiento de las propias capacidades personales y la consecución de buenos
resultados, el aprecio que otros nos tienen, la posibilidad de expresarse y
sentirse comprendidos, la sensación de ser útiles para el prójimo. Y, además,
la adquisición de nuevos conocimientos mediante los estudios, el descubrimiento
de nuevas dimensiones a través de viajes y encuentros, la posibilidad de hacer
proyectos para el futuro. También pueden producir en nosotros una verdadera
alegría la experiencia de leer una obra literaria, de admirar una obra maestra
del arte, de escuchar e interpretar la música o ver una película.
Pero cada día hay tantas dificultades con las que nos
encontramos en nuestro corazón, tenemos tantas preocupaciones por el futuro,
que nos podemos preguntar si la alegría plena y duradera a la cual aspiramos no
es quizá una ilusión y una huida de la realidad. Hay muchos jóvenes que se
preguntan: ¿es verdaderamente posible hoy en día la alegría plena? Esta
búsqueda sigue varios caminos, algunos de los cuales se manifiestan como
erróneos, o por lo menos peligrosos. Pero, ¿Cómo podemos distinguir las
alegrías verdaderamente duraderas de los placeres inmediatos y engañosos? ¿Cómo
podemos encontrar en la vida la verdadera alegría, aquella que dura y no nos
abandona ni en los momentos más difíciles?
Dios es la fuente de la verdadera alegría.
En realidad, todas las
alegrías auténticas, ya sean las pequeñas del día a día o las grandes de la
vida, tienen su origen en Dios, aunque no lo parezca a primera vista, porque
Dios es comunión de amor eterno, es alegría infinita que no se encierra en sí
misma, sino que se difunde en aquellos que Él ama y que le aman". (del Mensaje,
15 de Marzo de 2012)
1.11.24
Las grandes Catequesis, 82; Autor: San Teodoro el Estudita (759-826) monje en Constantinopla
Traten de entrar por la puerta estrecha" (Lc 13,24)
Atravesando día tras día el tiempo de la vida presente, salven sus vidas (cf. Lc 21,19) con la virtud, anticipen el Reino de los Cielos y reúnan los inconcebibles bienes que nos reservan las promesas.
Recto y estrecho es el camino de Dios (cf. Mt 7,14), pero
grandes y espaciosos los lugares de reposo que se ofrecerán a todos. Las
tentaciones del demonio se suceden e incendian la morada espiritual en ustedes,
pero el rocío del Espíritu Santo apaga esos incendios y mantiene lista el Agua
que surge en Vida eterna (cf. Jn 4,14). (…) Vamos, hijos míos, desde ahora
soportemos valientemente este pequeño número de días. Esos días nos son dados
para luchar, tenemos que ceñirnos con la corona de justicia (cf. 2Tm 4,8).
Les pido que a las aflicciones presentes opongamos un
corazón ligero (cf. 2 Cor 4,17). Ellas nada son, y como un sueño o una sombra,
pasan pronto. Que ninguna nos haga temblar ni claudicar, sino que con ardor
renovado pongamos a la obra los mandamientos del Señor. No se dejen entristecer
por un ultraje, desviar por una injuria, perder por un reproche, abatir por una
irritación, apesadumbrar por un desprecio. Bajemos los ojos, elevemos nuestra
alma, seamos buenos unos con otros, indulgentes, perseverantes, pacientes. (…)
Ustedes, enseñados por Dios, aprendieron todo eso. ¡Hagan
lo que agrada a Dios (cf. Jn 8,29) y soporten con coraje los días presentes,
hijos míos!
31.10.24
Conferencias VII, La protección de Dios; Autor: San Juan Casiano (c. 360-435) fundador de la Abadía de Marsella
Dios no creó al hombre para que se pierda sino para que viva eternamente, designio que permanece inmutable. Cuando ve brillar en nosotros el más pequeño destello de buena voluntad, o que él mismo lo hace surgir de la dura piedra de nuestro corazón, en su bondad, lo cuidará atentamente. Lo estimula, lo fortifica con su inspiración, “porque Dios quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tim 2,4).
“El Padre que está en el cielo no quiere que se pierda ni
uno solo de estos pequeños” (Mt 18,14). (…) Dios es veraz, no miente cuando
asegura “Juro por mi vida –oráculo del Señor– que yo no deseo la muerte del
malvado, sino que se convierta de su mala conducta y viva” (Ez 33,11). Su deseo
es que no se pierda un solo pequeño y sería un enorme sacrilegio que pensemos,
al contrario, que él no quiere la salvación de todos sino sólo de algunos. Si
alguien se pierde, sería lo opuesto de lo que Dios quiere. Cada día exclama
“¡Conviértanse, conviértanse de su conducta perversa! ¿Por qué quieren morir,
casa de Israel?” (Ez 33,11). De nuevo clama “¡Cuántas veces quise reunir a tus
hijos, como la gallina reúne bajo sus alas a los pollitos, y tú no quisiste!”
(Mt 23,37) y no cesa de clamar “¿Por qué ha defeccionado este pueblo y
Jerusalén es una apostasía sin fin? Ellos se aferran a sus ilusiones, se niegan
a volver. Endurecieron su rostro más que una roca, no quisieron convertirse”
(cf. Jer 8,5. 5,3).
La gracia de Cristo está siempre a nuestra disposición.
Como “él quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1
Tim 2,4), los llama a todos, sin excepción “Vengan a mí todos los que están
afligidos y agobiados, y yo los aliviaré” (Mt 11,28)
27.10.24
Un camino sencillo; Autora: Santa Teresa de Calcuta
Todos aspiramos a ser felices y a estar en paz. Hemos sido creados para eso y no podemos encontrar la felicidad y la paz sin amar a Dios, amarlo nos trae felicidad y bienestar. Muchos, sobre todo en Occidente, piensan que vivir en la comodidad da la felicidad. Yo pienso que es más difícil ser feliz en la riqueza pues las preocupaciones para ganar dinero y conservarlo nos ocultan a Dios. Sin embargo, si Dios les ha confiado riquezas, háganlas que sirvan a sus obras: ayuden a los demás, ayuden a los pobres, creen empleos, den empleos a los demás. No malgasten vanamente su fortuna; tener una casa, honores, la libertad, la salud, todo esto nos ha sido confiado por Dios para ponerlo al servicio de aquellos que son menos afortunados que nosotros.
Jesús dijo: «lo que hagan con alguno de los más pequeños
de estos mis hermanos, me lo hicieron a mí» (Mt 25:40). Por consecuente, la
única cosa que puede entristecerme es ofender a nuestro Señor por mi egoísmo,
mi falta de caridad hacia los demás o de ofender a alguien. Hiriendo a los
pobres, hiriéndonos los unos a los otros, herimos a Dios.
Es a Dios a quien pertenece el dar y retomar (Job 1:21);
compartan entonces lo que han recibido, incluso sus propias vidas.
Hablar con Dios, Tomo V, Nº 54, Autor: Francisco Fernández Carvajal
Cada persona tiene una vocación particular, y toda vida que no responde a ese designio divino se pierde. El Señor espera correspondencia a tantos desvelos, a tantas gracias concedidas, aunque nunca podrá haber semejanza entre lo que damos y lo que recibimos, «pues el hombre nunca puede amar a Dios tanto como Él debe ser amado» Santo Tomás, Suma Teológica, 1-2, q. 6, a. 4. ; sin embargo, con la gracia sí que podemos ofrecerle cada día muchos frutos de amor: de caridad, de apostolado, de trabajo bien hecho... Cada noche, en el examen de conciencia, hemos de saber encontrar esos frutos pequeños en sí mismos, pero que han hecho grandes el amor y el deseo de corresponder a tanta solicitud divina. Y cuando salgamos de este mundo «tenemos que haber dejado impreso nuestro paso, dejando a la tierra un poco más bella y al mundo un poco mejor» G. Chevrot, El Evangelio al aire libre, Herder, Barcelona 1961, p. 169, una familia con más paz, un trabajo que ha significado un progreso para la sociedad, unos amigos fortalecidos con nuestra amistad...
Examinemos en nuestra oración: si tuviéramos que
presentarnos ahora delante del Señor, ¿nos encontraríamos alegres, con las
manos llenas de frutos para ofrecer a nuestro Padre Dios? Pensemos en el día de
ayer..., en la última semana..., y veamos si estamos colmados de obras hechas por
amor al Señor, o si, por el contrario, una cierta dureza de corazón o el
egoísmo de pensar excesivamente en nosotros mismos está impidiendo que demos al
Señor todo lo que espera de cada uno. Bien sabemos que, cuando no se da toda la
gloria a Dios, se convierte la existencia en un vivir estéril. Todo lo que no
se hace de cara a Dios, perecerá. Aprovechemos hoy para hacer propósitos
firmes. «Dios nos concede quizá un año más para servirle. No pienses en cinco,
ni en dos. Fíjate solo en este. San
Josemaría Escrivá, Amigos de Dios,47
26.10.24
Carta de San Pablo a los Efesios 4, 14-16
Quiero ver a Dios, Primeras oraciones; Autor: Beato María-Eugenio del Niño Jesús (1894-1967) carmelita, fundador de Nuestra Señora de Vida
Cuando recen, digan “Padre Nuestro… “ (Lc 11,2)
Principiantes con el alma ardiente y generosa, llenos de grandes deseos (…) en el seguimiento de Cristo: he aquí los apóstoles en el comienzo de la vida pública. Vieron a su Maestro sumergido largas horas en oración silenciosa, completamente absorbido por ella. Quisieran poder imitar su actitud, seguir al Maestro hasta esas profundidades apacibles y misteriosas.
Releamos la escena evangélica. “Un día, Jesús estaba
orando en cierto lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo:
“Señor, enséñanos a rezar, así como Juan enseñó a sus discípulos”. El les dijo
entonces: “Cuando recen, digan: Padre, santificado sea tu Nombre,…” (Lc11,1-2).
Preguntaban sobre la ciencia de la oración y Jesús les enseña una oración
vocal. Pero ¡qué oración vocal! Sencilla y sublime que en fórmulas concisas,
precisa la actitud filial del cristiano delante de Dios, enumera los votos y
preguntas que debe presentarle. El Padre Nuestro es la oración perfecta que la
Iglesia pone sobre los labios en el instante más solemne del sacrificio. Es la
oración de los pequeños que no saben nada más, la oración de los santos que
recitan las plegarias más plenas. (…)
Frecuentemente, entonces, en las diversas etapas de la
vida espiritual que podamos estar, en los más diversos estados de fervor o
sequedad, para aprender a rezar, humildemente, reposadamente, recitemos el
Padre Nuestro. Es la oración que Jesús mismo ha compuesto para nosotros.
Enseñándonos el Padre Nuestro, Jesús ha consagrado la excelencia de esta
oración vocal.
21.8.24
El amor más grande «la santidad, Autora: Santa Teresa de Calcuta (1910-1997) fundadora de las Hermanas Misioneras de la Caridad
Todos sabemos que existe un Dios que nos ama, que nos ha creado. Podemos acudir a él y pedirle: «Padre mío, ayúdame. Deseo ser santa, deseo ser buena, deseo amar. La santidad no es un lujo para unos pocos, ni está restringida sólo a algunas personas. Está hecha para ti, para mí y para todos. Es un sencillo deber, porque si aprendemos a amar, aprendemos a ser santos.
El primer paso para ser santo, es desearlo. Jesús quiere
que seamos tan santos como su Padre. La santidad consiste en hacer la voluntad
de Dios con alegría. Las palabras «deseo ser santo» significan: quiero
despojarme de todo lo que no sea Dios; quiero despojarme y vaciar mi corazón de
cosas materiales. Quiero renunciar a mi voluntad, a mis inclinaciones, a mis
caprichos, a mi inconstancia y ser un esclavo generoso de la voluntad de Dios.
Con una total voluntad amaré a Dios, optaré por Él,
correré hacia Él, llegaré a Él y lo poseeré. Pero todo depende de las palabras,
«Quiero» o «No quiero». He puesto toda mi energía en la palabra «Quiero».
20.8.24
Imitación de Cristo, Libro II, c. 1, 2-3; Autor: Tomás de Kempis
“El Reino de Dios está dentro de vosotros” dice el Señor… Ea, pues,
alma fiel prepara tu corazón a este Esposo para que quiera venirse a ti, y hablar contigo. Porque Él dice así: “Si alguno me ama, guardará mi palabra, y vendremos a él, y haremos en él nuestra morada” (Jn 14,23). Da, pues, lugar a Cristo, y a todo lo demás cierra la puerta. Si a Cristo tuvieres estarás rico, y te bastará. Él será tu fiel procurador, y te proveerá de todo, de manera que no tendrás necesidad de esperar en los hombres. Porque los hombres se mudan fácilmente, y desfallecen en breve; pero “Jesucristo permanece para siempre” (Jn 12,34), y está firme hasta el fin.
No hay que poner mucha confianza en el hombre frágil y
mortal aunque sea útil y bien querido, ni has de tomar mucha pena si alguna vez
fuere contrario o no te atiende. Los que hoy son contigo, mañana te pueden
contradecir, y al contrario; porque muchas veces se vuelven como el viento. Pon
en Dios toda tu esperanza, y sea Él tu temor y tu amor. Él responderá por ti, y
lo hará bien, como mejor convenga.
“No tienes aquí domicilio permanente” (Hb 13,14).
Dondequiera que estuvieres, serás “extraño y peregrino” (Hb 11,13), y no
tendrás nunca reposo, si no estuvieres íntimamente unido a Cristo.
El banquete eucarístico; Autor: Beato Columba Marmion (1858-1923) abad
¡Miren cómo nos amó el Padre! Quiso que nos llamáramos hijos de Dios, y nosotros lo somos realmente” (1 Jn 3,1), dice la 1º Carta de San Juan. Dios es nuestro Padre, nos ama con una incomprensible dilección. Todo el amor que existe en el mundo viene de él y es solo una sombra de su caridad infinita. (…) El amor tiende a darse, de ese modo se une profundamente al objeto de su afecto. Dios es amor (1Jn 4,8), tiene un deseo siempre actual e intenso de comunicarse con nosotros. (…) El Hijo, que comparte el amor del Padre, ha querido aceptar la condición de servidor y libarse sobre la cruz (cf. Jn 15,13). Todavía ahora, se esconde bajo las apariencias del pan y del vino, en vista de acceder a nosotros y unirnos a él de la forma más estrecha. La santa Eucaristía es el último esfuerzo de la dilección que aspira a darse. Es el prodigio de la omnipotencia puesta al servicio de la infinita caridad.
Todas las obras de Dios son perfectas (cf. Dt 32,4). Por
eso el Padre celestial preparó a sus hijos un banquete digno de él. No les
sirve un alimento material, ni un maná descendido del cielo. Les da el Cuerpo y
la Sangre, con el alma y la divinidad de su Hijo Único Jesucristo. En esta vida
no comprenderemos jamás la grandeza de ese don. Mismo en el cielo, no lo
comprenderemos completamente, porque la Eucaristía es Dios mismo que se
comunica y él solo se conoce plenamente. (…) Con la comunión, poseemos la santa
Trinidad en nuestro corazón, ya que el Padre y el Espíritu Santo están
necesariamente dónde está el Hijo: son tres en una misma y única esencia.
Carta a los Filipenses 1, 3-11; Autor: San Pablo
Doy gracias a mi Dios cada vez que me acuerdo de ustedes, es decir, en mis oraciones por todos ustedes a cada instante. Y lo hago con alegría, recordando la cooperación que me han prestado en el servicio
del Evangelio desde el primer día hasta ahora.
Y si Dios empezó tan buen trabajo en ustedes, estoy
seguro de que lo continuará hasta concluirlo el día de Cristo Jesús. No puedo
pensar de otra manera, pues los llevo a todos en mi corazón; ya esté en la
cárcel o tenga que defender y promover el Evangelio, todos están conmigo y
participan de la misma gracia.
Bien sabe Dios que la ternura de Cristo Jesús no me
permite olvidarlos.
Pido que el amor crezca en ustedes junto con el
conocimiento y la lucidez. Quisiera que saquen provecho de cada cosa y cada
circunstancia, para que lleguen puros e irreprochables al día de Cristo, habiendo
hecho madurar, gracias a Cristo Jesús, el fruto de la santidad. Esto será para
gloria de Dios, y un honor para mí.
15.8.24
Audiencia general de S. S. Benedicto XVI, 25 de Abril de 2012
Si los pulmones de la oración no alimentan la respiración de nuestra vida espiritual, corremos el peligro de asfixiarnos en medio de los mil afanes de cada día. La oración es la respiración del alma y de la vida.
22.7.24
Forja 737; Autor: San Josemaría
En cada jornada, haz todo lo que puedas por conocer a Dios, por "tratarle", para enamorarte más cada instante, y no pensar más que en su Amor y en su gloria.
Cumplirás este plan, hijo, si no dejas ¡por nada! tus tiempos de oración, tu presencia de Dios (con jaculatorias y comuniones espirituales, para encenderte), tu Santa Misa pausada, tu trabajo bien acabado por El.
Comentario al Evangelio de Juan, 4; PG 73; Autor: San Cirilo de Alejandría (380-444) obispo y doctor de la Iglesia
«Entró y cogió
la mano de la niña»
Desde que Cristo entró en nosotros por su propia carne, resucitaremos enteramente; es inconcebible, o mejor aún, imposible, que la vida no dé vida a los que ella se introduce. De la misma manera que se recubre un tizón encendido con un montón de paja para que conserve intacto el fuego del interior, así también nuestro Señor Jesucristo, a través de su propia carne, esconde su vida en nosotros y pone en ella como una semilla de inmortalidad que aleja toda clase de corrupción que llevamos con nosotros.
No es, pues, tan sólo con su palabra que lleva a cabo la resurrección de los muertos, sino que para demostrar que su cuerpo da vida, tal como hemos dicho, toca los cadáveres y por el contacto con su cuerpo devuelve la vida a esos cuerpos que están en vías de descomposición.5.7.24
Obras espirituales. Sobre el Evangelio; Autor: San Carlos de Foucauld (1858-1916)
Amar los miembros enfermos de Cristo
Jesús nos da su cuerpo entero para amar. Todos sus
miembros merecen de nuestra parte un amor semejante, como siendo igualmente
suyos. Unos estando sanos, otros enfermos, todos deben ser igualmente amados.
Los miembros enfermos reclaman de nosotros mil veces más que los otros, y antes
de ungir con perfume a los sanos, cuidemos a los que están heridos,
atribulados, enfermos, a todos los que lo requieren en su cuerpo o alma. Sobre todo estos últimos y sobre todo los pecadores… Podemos hacer un bien a
todos los hombres sin excepción, con nuestras oraciones, penitencias, nuestra
propia santificación.
25.6.24
Morales sobre Job, XIII; Autor: San Gregorio Magno
Que su alma reciba el dogma fundamental que concierne a Dios: hay un solo Dios, uno sólo, sin nacimiento, sin comienzo, sin cambios ni mutaciones. No fue engendrado por otro, no hay otro ser para tomar la sucesión de su vida. No empezó a vivir en el tiempo, no existe fecha en la que tenga fin. Es a la vez bueno y justo. (…) Único es el autor del cielo y de la tierra, el creador de los ángeles y los arcángeles. Es el autor de una multitud de criaturas, el Padre de uno sólo antes de los siglos, uno sólo que es el Hijo Único, nuestro Señor Jesucristo, con el que ha hecho todas las cosas, las visibles y las invisibles.
Este Padre de nuestro Señor
Jesucristo no está circunscrito en un lugar cualquiera, más pequeño que el
cielo. Los cielos son la obra de sus manos, su mano abarca toda la tierra. Está
en todas las cosas y más allá de todas las cosas. No te imagines que el sol sea
más brillante o igual que él, ya que el que ha creado al sol es, sin
comparación, mucho más grande y brillante que él. Sabe por anticipado lo que
debe existir, es más fuerte que todos los seres, los conoce a todos, realiza lo
que desea. No está sumido a las vicisitudes de las cosas, ni al nacimiento,
tampoco a la fortuna o a lo ineluctable. Es perfecto desde todo punto de vista
y posee todo tipo de virtud. No sufre disminución ni crecimiento, está siempre
en el mismo estado, es absolutamente idéntico a sí mismo. Preparó una sanción a
los pecadores y a los justos una corona.
Salmo 141(140),1-2.3.8.
escucha mi voz cuando te llamo;
que mi oración suba hasta ti
como el incienso,
y mis manos en alto, como la
ofrenda de la tarde.
Coloca, Señor, un guardián en mi
boca
y un centinela a la puerta de
mis labios;
Pero mis ojos, Señor, están
fijos en ti:
en ti confío, no me dejes
indefenso.
Conferencias. De la oración; Autor: San Juan Casiano (c. 360-435) fundador de la Abadía de Marsella
¡Venga a nosotros tu Reino!
En la segunda demanda de la oración del “Padre Nuestro”, el alma pura expresa el deseo de pronto ver llegar al Reino de su Padre.
Puede implicar, en primer lugar,
al Reino inaugurado cada día por Cristo en el alma de los santos. Eso se
produce cuando el diablo es expulsado de nuestro corazón junto con los vicios
con los que lo infectaba y su imperio desaparece. Entonces Dios entra en
nosotros como soberano, al mismo tiempo que se expande la fragancia de las
virtudes. Una vez que la fornicación es vencida, la castidad reina en nuestra
alma. Cuando la furia es superada, reina la tranquilidad y si el orgullo es
pisoteado, es el tiempo de la humildad.
También, la demanda del Reino
implica directamente lo prometido a todos los perfectos, a todos los hijos de
Dios. Cristo les dirá: "Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en
herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo” (Mt
25,34). Por eso, el alma mantiene su mirada ardientemente fijada en este
término feliz, plena de deseo, y en la espera exclama: “¡Venga a nosotros tu
Reino!”. Sabe bien, ya que su conciencia le rinde testimonio, que en cuanto lo
vea, entrará en ese Reino.
3.6.24
Angelus del Domingo 8 de junio de 2008 de S. S. Benedicto XVI
En el centro de la liturgia de la Palabra de este domingo está una expresión del profeta Oseas, que Jesús retoma en el Evangelio: «Quiero amor y no sacrificios, conocimiento de Dios más que holocaustos» (Os 6, 6). Se trata de una palabra clave, una de las palabras que nos introducen en el corazón de la Sagrada Escritura. El contexto, en el que Jesús la hace suya, es la vocación de Mateo, de profesión "publicano", es decir, recaudador de impuestos por cuenta de la autoridad imperial romana; por eso mismo, los judíos lo consideraban un pecador público. Después de llamarlo precisamente mientras estaba sentado en el banco de los impuestos —ilustra bien esta escena un celebérrimo cuadro de Caravaggio—, Jesús fue a su casa con los discípulos y se sentó a la mesa junto con otros publicanos. A los fariseos escandalizados, les respondió: «No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. (...) No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores» (Mt 9, 12-13). El evangelista san Mateo, siempre atento al nexo entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, en este momento pone en los labios de Jesús la profecía de Oseas: «Id y aprended lo que significa: "Misericordia quiero y no sacrificios"».
Es
tal la importancia de esta expresión del profeta, que el Señor la cita
nuevamente en otro contexto, a propósito de la observancia del sábado
(cf. Mt 12, 1-8). También en este caso, Jesús asume la
responsabilidad de la interpretación del precepto, revelándose como
"Señor" de las mismas instituciones legales. Dirigiéndose a los
fariseos, añade: «Si comprendierais lo que significa: "Misericordia quiero
y no sacrificios", no condenaríais a personas sin culpa» (Mt 12,
7). Por tanto, Jesús, el Verbo hecho hombre, "se reconoció", por
decirlo así, plenamente en este oráculo de Oseas; lo hizo suyo con todo el
corazón y lo realizó con su comportamiento, incluso a costa de herir la
susceptibilidad de los jefes de su pueblo. Esta palabra de Dios nos ha llegado,
a través de los Evangelios, como una de las síntesis de todo el mensaje
cristiano: la verdadera religión consiste en el amor a Dios y al
prójimo. Esto es lo que da valor al culto y a la práctica de
los preceptos.
Dirigiéndonos
ahora a la Virgen María, pidamos por su intercesión vivir siempre en la alegría
de la experiencia cristiana. Que la Virgen, Madre de la Misericordia, suscite
en nosotros sentimientos de abandono filial a Dios, que es misericordia
infinita; que ella nos ayude a hacer nuestra la oración que san Agustín formula
en un famoso pasaje de sus Confesiones: «¡Señor, ten
misericordia de mí! Mira que no oculto mis llagas. Tú eres el médico; yo soy el
enfermo. Tú eres misericordioso; yo, lleno de miseria. (...) Toda mi esperanza
está puesta únicamente en tu gran misericordia» (X, 28. 39; 29. 40).
2.6.24
Es Cristo que Pasa Nº 110, Autor: San Josemaría
Hemos recorrido algunas páginas de los Santos Evangelios para contemplar a Jesús en su trato con los hombres, y aprender a llevar a Cristo hasta nuestros hermanos, siendo nosotros mismos Cristo. Apliquemos esa lección a nuestra vida ordinaria, a la propia vida. Porque no es la vida corriente y ordinaria, la que vivimos entre los demás conciudadanos, nuestros iguales, algo chato y sin relieve. Es, precisamente en esas circunstancias, donde el Señor quiere que se santifique la inmensa mayoría de sus hijos.
Es necesario repetir una y otra vez que Jesús no se
dirigió a un grupo de privilegiados, sino que vino a revelarnos el amor
universal de Dios. Todos los hombres son amados de Dios, de todos ellos espera
amor. De todos, cualesquiera que sean sus condiciones personales, su posición
social, su profesión u oficio. La vida corriente y ordinaria no es cosa de poco
valor: todos los caminos de la tierra pueden ser ocasión de un encuentro con
Cristo, que nos llama a identificarnos con Él, para realizar —en el lugar donde
estamos— su misión divina.
Dios nos llama a través de las incidencias de la
vida de cada día, en el sufrimiento y en la alegría de las personas con las que
convivimos, en los afanes humanos de nuestros compañeros, en las menudencias de
la vida de familia. Dios nos llama también a través de los grandes problemas,
conflictos y tareas que definen cada época histórica, atrayendo esfuerzos e
ilusiones de gran parte de la humanidad.
Es Cristo que Pasa Nº 111, Autor: San Josemaría
Se comprende muy bien la impaciencia, la angustia, los deseos inquietos de quienes, con un alma naturalmente cristiana, no se resignan ante la injusticia personal y social que puede crear el corazón humano. Tantos siglos de convivencia entre los hombres y, todavía, tanto odio, tanta destrucción, tanto fanatismo acumulado en ojos que no quieren ver y en corazones que no quieren amar.
Los bienes de la tierra, repartidos entre unos
pocos; los bienes de la cultura, encerrados en cenáculos. Y, fuera, hambre de
pan y de sabiduría, vidas humanas que son santas, porque vienen de Dios,
tratadas como simples cosas, como números de una estadística. Comprendo y
comparto esa impaciencia, que me impulsa a mirar a Cristo, que continúa
invitándonos a que pongamos en práctica ese mandamiento nuevo del amor.
Todas las situaciones por las que atraviesa nuestra vida nos traen un mensaje divino, nos piden una respuesta de amor, de entrega a los demás.
…
Hay que reconocer a
Cristo, que nos sale al encuentro, en nuestros hermanos los hombres. Ninguna
vida humana es una vida aislada, sino que se entrelaza con otras vidas. Ninguna
persona es un verso suelto, sino que formamos todos parte de un mismo poema
divino, que Dios escribe con el concurso de nuestra libertad.
1.6.24
Surco Nº 60, Autor: San Josemaría
La alegría de un hombre de Dios, de una mujer de Dios, ha de ser desbordante: serena, contagiosa, con gancho…; en pocas palabras, ha de ser tan sobrenatural, tan pegadiza y tan natural, que arrastre a otros por los caminos cristianos.
SALMO 148
Alaben al Señor
desde el cielo,
alábenlo en las
alturas;
2 alábenlo, todos
sus ángeles,
alábenlo, todos sus
ejércitos.
3 Alábenlo, sol y luna,
alábenlo, astros luminosos;
4 alábenlo, espacios celestiales
y aguas que están sobre el cielo.
5 Alaben el nombre del Señor,
porque él lo ordenó, y fueron creados;
6 él los afianzó para siempre,
estableciendo una ley que no pasará.
7 Alaben al Señor desde la tierra,
los cetáceos y los abismos del mar;
8 el rayo, el granizo, la nieve, la bruma,
y el viento huracanado que obedece a sus órdenes.
9 Las montañas y todas las colinas,
los árboles frutales y todos los cedros;
10 las fieras y los animales domésticos,
los reptiles y los pájaros alados.
11 Los reyes de la
tierra y todas las naciones,
los príncipes y los
gobernantes de la tierra;
12 los ancianos, los
jóvenes y los niños,
13 alaben el nombre
del Señor.
Porque sólo su
Nombre es sublime;
su majestad está
sobre el cielo y la tierra,
14 y él exalta la
fuerza de su pueblo.
¡A él, la alabanza
de todos sus fieles,
y de Israel, el
pueblo de sus amigos!
¡Aleluya!